domingo, 6 de junio de 2010

Y volví a ser cenicienta



¿Se han sentido alguna vez como Cenicienta? Yo sí. Hace apenas unas horas...

El reloj marcaba las 20:00 horas de un caluroso sábado 5 de junio cuando di por concluída mi jornada de estudio. Con cautela y cuidado, con la misma delicadeza con la que mimo a mi Phalaenopsis, cerré y amontoné los temas 7, 8 y 9 que se habían prestado a mi repaso rutinario. Clausuré mi habitación de estudios, como quien sella una gruta del tesoro, y me encaminé a convertirme, por una noche, en la princesa del cuento que un día fui. Necesité algún que otro truco capilar para ocultar mi desnivelado corte. Consulté en mi armario el modelo que debería lucir, no sin antes percatarme de la pobreza del mismo (algún día tendré que ir de compras). Empleé el maquillaje mágico que oculta ojeras y alguna que otra imperfección que acrecienta las horas de estudio. Y, voilà, ya estaba preparada para descender las escaleras (léase ascensor), encaramarme en mi carroza, tirada por hermosos caballos con espíritu de ratón y regresar a aquel majestuoso palacio donde un día, unos 12 meses antes, llegué a ser la reina del baile.

En la escalinata de acceso me esperaba el príncipe del cuento. Me tendió la mano para salvar la misma y, con miles de imágenes sucediéndose nerviosas en las pupilas, emprendimos la escalada paciente hacia el festivo salón. Ante nosotros, un suculento festín que bañamos con el mismo vino con el que brindaron nuestros seres queridos y alguna que otra lagrimilla recordando el tiempo que se fue y las mil y una aventuras que nos esperaban tras aquella jornada, 365 días antes. Tras el postre, salimos al jardín para comprobar los cambios que nos produce la vida. Nos aguardaba un paraje silencioso, a oscuras, nocturno, vacío, mientras yo veía la luz clara del día, la muchedumbre que se agolpaba a nuestro alrededor, el sonido de la risa y la felicidad, el colorido de los vestidos y complementos primaverales. Estábamos solos en el mismo lugar donde aquel día nos arroparon las mejores personas del mundo, las que han dado brillo a nuestras vidas.

Nuevamente, brindamos con el vacío por todos vosotros, pero en aquellos rincones ya no encontré las sensaciones que surgieron aquel día, ni el itinerario que se iniciaba sólo unas horas más tarde, ni el inicio de una nueva vida porque esa vida ya es la que me pertenece. Sonaban las doce campanadas y debía abandonar el castillo, con prisas, sin demora. Cenicienta volvería a ser cenicienta tras emprender el camino de vuelta y me aferraba a seguir viviendo aquel sueño...

Sonaron las doce campanadas y abandoné el castillo, me encaramé de nuevo a mi carroza, abandoné la muchedumbre, los sonidos festivos, aquel día mágico que siempre permanecerá latente en aquel lugar y que volverá a ponerse en marcha cada vez que acceda a su estancia. Y llegué a casa, y abandoné el maquillaje, y el vestuario, y los arreglos capilares... y volví a retomar los temas 9, 8 y 7. Mientras observo que mi par de zapatos descansan juntos en un rincón del armario y que el príncipe del cuento espera paciente a mi lado.



2 comentarios:

  1. Que bonitas palabras! Me tienes llorando mientras leo y recuerdo aquel día.

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  2. Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces (Juvenal)

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