jueves, 29 de diciembre de 2011

Despidiendo 2011

 

Hoy me he sentado en el acantilado. La brisa marina azota mis cabellos, moldeando los mechones, como si quisieran dotarme de un peinado nuevo, sólo conocido por la mano de la naturaleza, por el puro azar. La humedad del océano estremece mis sentidos, me hace tiritar, refugiarme en mi propio cuerpo para encontrar el cálido apoyo que me permita continuar contemplando semejante estampa.

Con todo, he reflexionado sobre el año que se va, sobre los próximos meses que llegan, sobre el nuevo año. He descubierto que no soy más yo que aquella que inició el mes de enero, pero sí una persona distinta, diferente, porque nos renovamos cada día, cada minuto, con cada escena que acontece en nuestra vida. Ha sido un año de sabores dulces y amargos, de nuevas sensaciones y otras ya manidas, de encuentros y desencuentros. Un año más, que nunca será indiferente, por lo bueno, por lo malo, por lo incalificable. Sé que, cuando eche la vista atrás, dentro de una visión futurista, podré localizar sin mucho esfuerzo este año que caduca. No tendré que recurrir a cálculos matemáticos, a visiones sinestésicas, a cábalas. Lo situaré a la perfección, con sus rosas, con sus espinas.

Y culmina el año tal y como empezó, en la eterna cuerda floja que no te permite asentar las posaderas y dormir una mera siesta. Con el vértigo constante, con el movimiento incesante, con las náuseas de la incertidumbre. Es la historia de mi vida, de la que me ha tocado vivir, de la que he elegido, de la que me han asignado. Quizás estoy destinada a la constante incógnita, a la situación puramente azarosa a la que me quiera llevar esta perfumada brisa que ahora percibo con mis cincos sentidos.

¿Y qué pasaría si, de repente, decidiera parar las máquinas y quedarme al margen? ¿Que sucedería si decidiera abandonar el barco, bajarme de la nave y dedicarmente a contemplar el paisaje. El mismo que ahora contemplo como un hecho formidable, insólito, único ¿Quién tiene el itinerario de estos caminos que se entrecruzan y no me dejan decidir la senda exacta? ¿Y si no la hubiera? ¿Y si no existiera? Nunca, para mí.

Sé cómo va a empezar el año o, al menos, puedo deducirlo, pero jamás cómo acabará. ¿Y quién lo sabe? Los caminos se agolpan a mi paso y yo permanezo dudosa, como siempre, caminando por unos y acechando a los restantes, nunca con total certeza, jamás con decisión. Pero mientras eso ocurra, he parado un instante ante el inmenso océano que me conoce, que me tranquiliza y me ve crecer. Notando su brisa, acariciando su aroma, percibiendo su inmensidad. 

¿Qué será, será? Tal vez, es mejor no saberlo nunca.