lunes, 29 de marzo de 2010

A aquel jefe de estación


Te fuiste sin avisar y eso no te lo perdono. Desde entonces no he dejado de buscarte, con ímpetu, con decisión, con ahínco... Rastreo cada rincón de esas pistas que me dejaste con mimo durante toda la vida, la mía, la que pude compartir contigo. Te encuentro en las dedicatorias de los libros que me regalaste, repleto de notas, de reflexiones, de dedicación, y no dejo de sorprenderme por tanto conocimento autodidacta, por iniciativa propia, sin ninguna guía que te marcara el camino. Me parezco tanto a ti...

Te marchaste sin una despedida y eso me sigue ardiendo en el alma. Ni siquiera pude contarte mi experiencia en el primer día de universidad tan sólo unas semanas después de abandonarnos. He sido la primera universitaria de la familia y eso te habría enorgullecido hasta la saciedad. Habrías presumido de ello tanto o más que leer la primera información que firmé en un periódico, con nombre y apellido, tu apellido, ése que me legaste como un tesoro por encontrarse casi en peligro de extinción. Imagino tu rostro tras devorar las líneas. Te habrías levantado del asiento más erguido que nunca, si eso hubiese sido posible, y no habría habido espacio suficiente para albergar tu henchido entusiasmo. Pero jamás lo leíste, nunca, no pudiste ver tu apellido, ése del que tanto presumías, la seña de identidad, tu marca, plasmado a hierro por una imprenta, en ese diario del que fuiste cómplice durante casi toda tu vida.

Hoy es Lunes Santo y no puedo dejar de pensar en ti. Vuelvo a buscarte en el olor a incienso, en el aroma de azahar de esa Sevilla que tú también nos legaste. Nunca un cordobés de pro se enamoró tan perdidamente del señorío de la Giralda, de la magia de sus calles, de esa distinción que supo captar a la perfección con tan sólo 20 años. De la mano, como tantas y tantas veces por haber sido tu primogénita, me llevastes a navegar por ese nostálgico río en el que se convierte Sevilla en primavera. Desde la Plaza del Duque, con olor a garrapiñada, me abristes las puertas de la Semana Santa. A los sones de una corneta vi entrar a Rocío en la carrera oficial. Percibí el silencio sepulcral que envuelve al misterio de Santa Marta y el bullicio popular que acarrea la presencia de San Gonzalo... y apenas levantaba un palmo del suelo.

Y volveré a buscarte en la mañana del Viernes Santo, al amanecer, en los albores del día, muy cerquita del mercado de la calle Feria. Avanzaré por la muralla con decisión y me adentraré en el barrio de la Macarena, un año más, como tú me enseñaste... Esperaré con paciencia la llegada, mientras mis ojos se pasean por la presencia de esos nazarenos cansados, exhaustos, que acumulan horas de penitencia en la mirada. Recordaré el temor que me suscitaba el trascurrir de los "armaos" y justo en ese momento la veré acercarse con esa imagen exclusiva que sólo ella es capaz de mostrar, repleta de pétalos y acompañada por toda Sevilla... Y será en ese instante, a los sones de "Coronación de la Macarena", con el júbilo que se despierta en el barrio cuando su señora vuelve a casa, donde volveré a encontrarte, donde me estarás esperando. Ese instante mágico donde nunca puedo controlar las lágrimas y vuelvo a escuchar tu voz, tu risa... cuando recupero los ocho años y vuelves a llevarme de la mano hasta el corazón de Sevilla.

Un encuentro que apenas dura unos acordes, una melodía... y te pierdo entre la multitud a ritmo de tambor, en el ahumado ambiente que desprende el incienso. Me sueltas la mano justo por el camino donde se pierde su manto. Vuelves a marcharte con ella, sin despedirte, sin avisar.

Y aunque no te lo perdono, volveré a esperarte el año que viene. Nos veremos en el mismo lugar, a la misma hora. Allí volveré a tener ocho años y tú me llevarás, de nuevo, de la mano.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Primavera, verano, otoño, invierno... primavera


Apenas tengo tiempo de abandonarme en este mar de palabras, en este baño de soledad, en esta confesión de sentimientos. El examen del próximo sábado, el primer simulacro con visos de realidad que aparece en mi camino, me tiene absorvido el seso y me faltan horas en el reloj, páginas en el calendario para abarcar lo que ya he abarcado y rememorar lo que alguna vez fue cincelado en mi memoria.

No obstante, aprovechando las primeras horas de la mañana, el alba, y esa luz tan intensa con la que nos da los "Buenos días" la primavera, me gustaría ofrecer apenas unas pinceladas del fantástico viaje a la nueva estación que pude realizar el pasado fin de semana. Haciendo acopio de aquel viejo aforismo ("Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma") hemos decidido traer la primavera a casa. El intenso trabajo que me asola desde los últimos meses me impide pasear y disfrutar de las ya agradables tardes mucho más de lo que me gustaría. Nunca como este año he percibido el olor a azahar con tanto entusiasmo. Nunca mis sentidos habían notado tan a flor de piel la llegada de la primavera. Nunca tuve tanto cuando pude disfrutar de tan poco. Nunca.

Jamás me interesó la flora, jamás. Una es de fauna, con tanta intensidad, que el otro nivel que aporta equilibrio se quedó apenas sin recursos en mi persona. En cambio, la visita al vivero que realizamos el pasado sábado ha marcado un antes y un después en el trascurrir de mis días. De repente, siento la necesidad de mimar mis adquisiciones, de verlas crecer y disfrutar observando como florecen y despliegan sus nuevas hojas. Mi terraza se ha llenado de color, aparece poblada, se ha convertido en un motivo más para abrir la ventana de par en par cada jornada.

Cuento las horas para que el azahar que comienza a aflorar en el naranjo dulce que desde el sábado forma parte de la familia se despliegue con todo su esplendor. Así, sabré que la pimavera ha llegado a mi vida, a mi cueva, a mi rincón. Y lo observó con interés mientras esculpo estas letras, escucho en silencio el sonido de las aves y noto que Menéndez Pidal me llama desde la lejanía para explicarme la importancia del Romancero... Pero ha llegado la primavera.









jueves, 18 de marzo de 2010

Correspondencia de verano




La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

Pedro Salinas (1891-1951)



En el inmenso insomnio del inicio de la madrugada, rememoro este poema de Pedro Salinas que un día descubrí dormido en mi buzón, aletargado, casi vencido por el tiempo. Acumulaba doce meses de espera, polvoriento, reticente a mi presencia... Aquel hallazgo no me sorprendió ni un ápice, simplemente endulzó el paladar a medida que desplegaba su alas, que alzaba la voz, que se desperezaba por toda la habitación. [...] "No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo". Quiso el azar y el destino, las trivialidades de la vida, que aquel mensaje en clave, aquel recurso manido, trillado y conocido no llegara a su destinatario en la fecha prevista, en el contexto adecuado, justo cuando la necesidad azuzaba. [...] "El sí con el que te me rindes es el silencio" [...]

Llegaba enmarcado en el seno de una carta adolescente, inocente, fresca, juvenil, donde se relataban historias de un verano de interior, abrasador y seco. Una correspondencia iniciada por casualidad, sin pretensiones, sin promesas, por puro azar, como la estancia eterna que tuvo que soportar esa epístola en el buzón de acero. Donde se devolvían golpes ficticios de enamoradas inventadas, ambientes idealizados y sueños inconclusos. Una carta que nunca llegó a tiempo, sin que su remitente supiese jamás que no había sido recibida en la fecha prevista, a la hora deseada, en una escena imaginada.

Como una posdata, un apunte, una última pincelada aguardaba profundo el dardo de la misiva... Ésta es mi maravillosa vida, mis perfectas vacaciones, mi anhelado verano, espero que estés disfrutando de un periodo estival parecido. Por cierto, creo recordar que admirabas a este poeta madrileño de la Generación del 27. Tengo entendido que este poema es suyo, te lo regalo...

Y así fue como le regaló su vida, el resto de sus veranos, sus ambientes idealizados y sus sueños inconclusos. Su objetivo quedó cumplido, aunque hubiese que leer entre líneas, a pesar de que su carta quedara olvidada en un buzón de un apartamento de playa, pese a que nunca llegara a su destino, al menos, en el momento adecuado. Pedro Salinas cumplió su encargo a pesar de que jamás tuvo la oportunidad de realizarlo.

La carta polvorienta, del color de la vainilla, con olor a sal, mecida por el levante, era releída con rapidez y nerviosismo, admirada y palpada doce meses después de haber sido depositada en un buzón de correos, un año después de haber sido tallada con una caligrafía ágil y estirada. Cobraba vida ante los ojos de emisario y destinatario.

"La forma de querer tú es dejarme que te quiera" [...] E intento conciliar el sueño, ya iniciada la madrugada, recordando a Pedro Salinas y acariciando la mano de aquel remitente.

martes, 16 de marzo de 2010

El esfuerzo acumulado


La fecha se va acercando, se aproxima de forma vertiginosa y yo ya no sé si voy por buen camino o aún me queda senda por recorrer. Los temas se amontonan, los autores que un día fueron desconocidos hoy ya se han convertido en críticos de cabecera, pululan las ideas, las teorías, las mil y una clasificaciones de estudiosos que invirtieron años en escribir y que sólo me permiten semanas para poder memorizar. Comienzan las cábalas, los atajos, los trucos que uno va aprendiendo y adquiriendo en este arduo camino, pedregoso, enfangado, que ya comienzo a recorrer descalza y con el pantalón arremangado.

Los meses de soledad, ahínco, perseverancia y constancia ya comienzan a pasar factura tanto mental como psicológicamente. Las sempiternas ojeras se han convertido en una seña de identidad, ha proliferado la caída del cabello, el acné que llaman juvenil, el cansancio en las facciones... Como dirían los catalanes: "Hago mala cara". La imagen que devuelve el espejo dicta en demasía de la que adquirí hace doce meses, cuando otra fecha señalada en el calendario apremiaba el culto a la belleza en forma de tratamientos faciales, corporales, cuidados del cabello y todos esos episodios que hoy guardo en el baúl de los recuerdos como si nunca hubieran existido, cubiertos de una capa de polvo.

La pragmática se instala en tu vida y llegas a identificar corrientes medievales, elementos lingüísticos para expresar la aserción, textos expositivos inductivos, oraciones subordinadas, pensamientos petraquistas... en cada rincón de tu trascurrir diario. Un programa de televisión aborda la obra de Moratín cuando acabas de dejarlo yaciente en tu mesa de estudio. Aparece en una excavación una cápsula del tiempo con un ejemplar de El Quijote días después de adentrarte en sus tres salidas, como un escudero más, emulando a Sancho Panza.

La vida es puro teatro y yo ya no sé si he instalado la literatura en mi vida o vivo en un mundo de ficción. En la soledad del estudio, uno se cuestiona sobre sus métodos, su proceder, con la inexistencia de cualquier vara de medir. ¿Estaré en el camino correcto?, ¿serán los pasos adecuados? Y lo que más cuesta digerir, ¿encontraré la recompensa a estos diez meses de clausura, estudio y esfuerzo?

Hay días en los que el trascurrir de la senda se convierte en carrera continua a buen ritmo, inspirando y espirando. Otros, donde se necesita un férreo báculo y toda el esfuerzo del mundo, casi doloroso, para poder avanzar un sólo paso. ¿Dónde estará mi meta? Me pregunto mientras retomo el resumen del tema 20 y me centro en la expresión del deseo. "Desearía..." tantas cosas.

viernes, 12 de marzo de 2010

Pésame por Miguel Delibes


La mañana ha amanecido tremendamente nublada, gris, acuosa, con ese aspecto temible que adquiere el color del cielo cuando la tormenta acecha y está a punto de descargar su ira sobre nuestras cabezas. La mañana ha amanecido nefasta para mí y, a pesar de todo, hace un día de primavera. Ha salido el sol iluminando cada recóndito escondrijo de la tierra. Esa tierra árida y fértil, al mismo tiempo, que él supo poner nombre y apellido. Sin embargo, truena en nuestros corazones.

Porque Miguel Delibes ha esperado el inicio de la primavera, el resurgir de ese campo que conoció al dedillo; el primer florecimiento de las flores, el despertar de la fauna cuya pasión trasmitió a sus hijos... Se ha marchado esta mañana desde su Valladolid natal y nos ha dejado huérfanos y con un vacío tan tremendo que tardará mucha literatura para volver a ser completado. Señores, se ha marchado un GRANDE de las letras españolas del siglo XX y España llora. Un buen hombre, un gran padre, un tremendo escritor. Descanse en Paz.

Hoy Daniel el Mochuelo llora desconsolado, mientras la Milana Bonita regresa al hombro de Azarías, desconcertado por no entender lo que ocurre, inocente. Pero la vida sigue, aún sin ser conscientes con plenitud de la pérdida que acabamos de sufrir. Queda abandonado el sillón "e", la inicial de mi nombre, de la Real Academia. Aquella institución que vela por uno de nuestros mayores tesoros, nuestra lengua, desde 1713. Pero que no puede evitar, porque no puede subsanarlo nadie, la pérdida de sus joyas.

Si me bañara el Pisuerga y no el Guadalquivir, ya tendría colocado bufanda y abrigo, calzado de calle, guantes de lana y me dirigiría con paso firme hacia el ayuntamiento pucelano para salir a su paso. Antes de que emprendiera El camino junto a Daniel el Mochuelo y Azarías, le tomaría de la mano, incluso pasaría cinco horas a su lado para darle las gracias por todo lo que ha hecho por mí sin ni siquiera saberlo. Me devolvería el cumplido con esa mirada de abuelo que adquirió hace varias décadas y hablaríamos sobre diversos temas. Tendría tantas preguntas que hacerle... Antes de la despedida le daría un golpecito en la espalda a modo de apoyo, porque sé que se marcha apenado por el estado crítico que se encuentra su Valladolid en la Liga. Cumplió su sueño, como él mismo declaró en voz alta, tras volver a ver al equipo de Zorrilla en Primera y anda renqueante en la zona baja.

Estoy pendiente de una llamada que ya he realizado, pero sin respuesta. Pediré a un ser muy querido que hace unos años cambió Andalucía por Castilla que me suplante en la cola que seguro ya se arremolina en la Plaza Mayor. Una amante de la literatura porque así nos lo legaron. Las letras, nos pese o no, nos guste o nos apasione, nos viene en la sangre, marcada por nuestro apellido. Si las vicisitudes de la jornada no se lo impiden, seguro que, como una vallisoletana más, de adopción, pugnará fehaciente por dar el último adiós al maestro. Y, citando una contemporánea letra carnavelera, le espetará casi en un susurro que acercase a él le hace sentirse "como un niño" y que le gustaría recitarle "sus coplillas", pero que entiende el apremio y, por tanto, prefiere decirle que "te quiero y que te traigo este cariño, desde Sevilla".

Yo prometo visitarle, porque ya prometí hace un año que regresaría a Valladolid. Entonces, me acercaré a su lugar de descanso, allí donde la sombra del ciprés será seguro alargada. Gracias por todo.

jueves, 11 de marzo de 2010

Paseando por Don Remondo...


Mi grado de saturación alcanzó sus cotas más altas en el arranque de la noche de ayer. Las clases en la Academia se tornan cada vez más intensas y agotadoras. El tiempo apremia, la cita se acerca a pasos agigantados, los temas te persiguen por doquier... y mi única necesidad tras atravesar aquella puerta de cristales era masticar un poco de aire fresco.

Pasear por el centro de mi ciudad un miércoles por la noche es casi un regalo caído del cielo. Poder disfrutar del silencio que se esconde y enmaraña en lo más recóndito del habitual bullicio no puede pagarse con ninguna moneda. Se tiene o no se tiene, se alcanza o no se consigue, se palpa o se pierde. Pero cuando logras beber tan sólo un poco de ese preciado brebaje, tan singular, tan único, puedes volver a poner el contador a cero. Como tantas y tantas veces...

Caminando por la calle don Remondo me trasladé a épocas pasadas, casi remotas. Mil y una "yo" paseaban conmigo al unísono, en silencio, a borbotones. Una de ellas lucía un casi olvidado uniforme, falda gris, a tablas, en claro contraste con el azul marino y discreto de su jersey. Una mochila a la espalda, en el mismo lugar donde cargaba todo un arsenal de sueños por cumplir y un mar de ilusiones. Caminaba feliz, ambiciosa, satisfecha... Me paré a observarla.

Mi yo ancestral se dirigió con decisión hacia la calle Abades y no me demoré en demasía en recordar aquellas citas semanales, casi familiares, que nos reunía en la Academia de las Buenas Letras. En aquel momento, volví a percibir aquel aura que me envolvió durante aquellos cuatro años. Ése que me empujaba a seguir adentrándome en todo aquel mundo de conocimiento que se me brindaba por delante. Volví a escuchar a Mozart, Wagner o Rimski Korsakov. Hojeé, de nuevo, el cuadernillo de literatura extranjera: Sartre, Ibsen, Mann, Twain, Toltostoi... que ya posee ese amarillento aspecto que adquiere lo que está casi manido. Volví a recorrer la Catedral observado todos y cada uno de esos elementos góticos que se habían quedado sobre el papel en aquellas añoradas clases de Historia del arte...

Percibí toda aquella magia de esos maravillosos años mientras observaba como mi otro "yo" se adentraba en aquel edificio antiguo, especial, melancólico, que palpita en pleno corazón del Barrio de Santa Cruz. Contábamos con apenas dieciseis años cuando nos reunían por obligación, bendito mandato, en aquellas conferencias que -hoy razono- reunían a lo más selecto de las letras sevillanas. Pequeños potenciales entre tanta magnitud que apenas podían entender su papel en aquella obra. Hoy comprendo que fue todo un privilegio, un galardón, un premio que muchos querrían haber obtenido a cambio de desembolsar toda una fortuna. Fue esa concesión, que a mí siempre me hizo sentir tan especial, la que nos ha permitido, aún once años después, presumir de muchas cosas. Entre ellas, haber asistido y ser un miembro activo en los acontecimientos que envolvieron el funeral de Cecilia Bohl de Faber, más conocida como Fernán Caballero... pero eso, amigos míos, dará para otro capítulo al que les emplazo.

Ahora sé que será una de esas anécdotas que uno se guarda en la mochila para contar a sus nietos. En el caso, sin duda, de que esta sociedad marchita y viciada no se lleve por delante esa cultura que hoy se contempla como un lastre, old-fahioned...

...Y pienso en esas reliquias mientras la observo adentrarse con paso firme y decidido y la pierdo en la oscuridad de ese edificio. Con su falda gris, a tablas, su jersey marino, sus sueños, sus esperanzas... como hemos cambiado... Pero antes de darme la vuelta y seguir por mi camino, se detiene y me brinda una mirada cómplice y partícipe; me recuerda que en lo más recóndito aún existen vestigios de lo que fuimos. Y basta retomar un ápice de aquella imperiosa necesidad para seguir optando a lo que seremos. Porque esa mochila que se pierde en lo abrupto de la calle Abades aún continúa siendo portada en mi dorso, esperando impaciente a ser engrosada y animándome a no ser abandonada jamás en ninguna esquina...

... Y continúo mi camino por Don Remondo.


martes, 9 de marzo de 2010

Mecida por el viento de levante


Si existiera el paraíso en algún recóndito lugar. Si tuviera forma, si pudiera percibirse de alguna manera, con los cinco sentidos, a borbotones o a pequeños sorbitos... Ese paraje debería ser muy parecido a Cádiz.

Amarrada al duro banco de mi trabajo "opositoril", en mi eterna habitación azul -como ese mar que baña sus costas- entre autores críticos del siglo XVIII, siglo de las luces y la razón, yo pierdo el juicio rememorando mil y una imágenes que me devuelven a mi paraíso particular. Una presume de rezumar sevillanía y cordobesismo por los cuatro costados o, al menos, eso dictan los genes; pero la adopción y la hermandad, amigo mío, huelen a sal y se mecen con el viento de levante.

Con tan sólo seis meses de vida aspiré ese balón de oxígeno que me proporciona desde siempre el Atlántico gaditano, y no sabría vivir sin su presencia. La suma de casi tres meses sin "cruzar la frontera" ha encendido el indicador de luz roja y la necesidad de gotero comienza a ser inminente. Si las inclemencias del tiempo lo permiten y se mantienen esos anhelados rayos de sol que hoy nos alegran el alma con su presencia, marcharé cargada de didactismo, siglos de oros o tipologías textuales, al igual que aquel diminuto Renault 7 dirigía a toda la familia días previos a la llegada de San Fermín. Era necesario tomar biodramina y partir al alba para evitar el calor. Las casi tres horas de andanzas se amenizaban con todo un repertorio musical cultivado año a año, iniciado por mamá y secundado por toda la descendencia. Y el tramo final se adornaba con lo más pintoresco de la provincia gaditana que había que atravesar casi pueblo a pueblo...

Conil me abrió las puertas del paraiso gaditano y allí siempre encontraré mi Edén personal que, con el paso de los años, las amistades y la libertad que va adheriendo la edad, comienza a ser compartido por otros nirvanas, y que se extienden desde el Puerto de Santa María a Sanlúcar. Sueño con un atardecer en la Fontanilla respaldada por el Curro y la Ola. Con un paseo de charlas intrascendentes desde la Fuente del Gallo a Punta Lejos. Rememoro una cena entre amigos en Puerto Sherry o un café a media tarde en TK3. Una cita familiar en Bajo Guía, una tarde de compras en las Dunas, el habitual paseo canino por Costa Ballena...

Una se conforma con mantener lo que tiene porque no hay mayor tesoro que el tesoro que ya se posee. ¿Qué me dices, Calderón?:

"Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende".



viernes, 5 de marzo de 2010

Ante una vieja máquina de escribir


Me gustaría contar con el tiempo que no tengo para que la mañana del domingo se detuviera en torno a la lectura de la prensa dominical. Me apasiona volver cargada de suplementos, folletos, números especiales... en una mano, mientras la otra continúa guiando el paseo de mi compañera de viaje que, aunque la matinal del domingo se torne visita al quiosco, continúa reclamando la pelota que porta en su boca, para deleite de todo aquel que se cruza en nuestro camino.

Es la prensa dominical la que más se asemeja a mis gustos periodísticos. Las características que va adquiriendo la prensa de nuestro país comienza a asemejarse a la todopoderosa norteamericana en algunos aspectos. Hace no muchos años, los profesores de la Facultad de Comunicación nos detallaban, como un hecho sorprente, el volúmen que adquiría The New York Times el último día de la semana, que incluso acababa siendo repartido en "bolsas". Años más tarde, me gusta imaginar que me encuentro en la Gran Manzana cuando regreso a casa con toda mi adquisición dominical esperando paciente en una bolsa de plástico con la que, amablemente, el tendero ha querido aliviar mi carga.

Sin embargo, en mi bolsa no aparece The New Yorker, ni la pluma de Norman Mailer, Tom Wolfe o Truman Capote. Tengo que confirmar abiertamente que me apasiona esa corriente de los años 60, cuyas puertas me las abrió en la facultad el profesor, ahora decano, Miguel Ángel Vázquez Medel (biografo del recientemente desaparecido Francisco Ayala), donde el periodismo y la literatura se dan la mano, sin poder dislucir donde acaba el uno y comienza la otra. La lectura de A sangre fría, como obra representativa de este movimiento periodístico al que me habría en-can-ta-do pertenecer, es sólo la guinda de una serie de reportajes digno de las mejores plumas. Y es que, según aporta Alejo Carpentier, periodistas y escritores forman parte de un mismo espíritu.

Un movimiento al que acerca al castellano o español, como prefieran denominarlo, el gran maestro Gabriel García Márquez. Relato de un naúgrafo es un ejemplo excepcional de esta vertiente. Afortunadamente, el espíritu del Nuevo Periodismo sigue presente en muchas plumas españolas, 40 años después de su nacimiento. Tuve la suerte de trabajar con una de ellas, de forma muy cercana, aunque nunca tuve el suficiente valor o arrojo de hablar con él sobre esta tendencia. No obstante, desde las primeras líneas de sus crónicas, era capaz de recrear toda una trama bélica, histórica, patriótica... Las finales deportivas se convertían en batallas de gladiadores con descripciones minuciosas, detalladas, sensitivas. Él mismo se define como un dinosaurio del periodismo. Y no lo dudo, puesto que la prensa que yo no me encontré y que él ya no encarna, se aleja en demasía de lo que actualmente prima y existe y, por desgracia, de lo que a mí me enamoró de esta profesión.

Con un café en la mano y un silencio sepulcral alrededor, me sumerjo en la lectura del primer ejemplar que tomo, con el gozo de saber que aún tengo varios esperando y, quizás, para mi deleite, algún discípulo de ese Nuevo periodismo norteamericano, del que se hizo eco Gabo en la lengua de Cervantes, se encuentre esperándome entre sus líneas. Reportajes creados con sonoras máquinas de escribir, a la luz de un flexo, rodeado del humo de tabaco negro, mientras su autor se afloja la corbata, y tras haber abandonado su chaqueta y sombrero en aquel perchero que aguarda paciente al fondo de la Redacción. Ese periodismo olvidado que ya nunca podré vivir.

jueves, 4 de marzo de 2010

Mi infancia son recuerdos de un 4 de marzo...


Mi infancia son recuerdos de un lunes 4 de marzo. Creánme que lo he intentado. Me he devanado los sesos en mi afán por rememorar una instantánea anterior, algún atisbo de mi existencia antes de ese día, pero tras desempolvar cada rinconcito de mi memoria, rastrear cada huequecito de mi disco duro, insistir concienzudamente en mi empeño, me ha sido imposible no unir mi uso de razón con aquella mañana...

...Apaguen las luces, que las imágenes de mi vida ya lucen nerviosas en la pantalla. No recuerdo si la semana comenzó lluviosa, como el tiempo que nos asola desde hace tres meses, (¿Recuerdan que en Sevilla a veces lucía el sol?)o si una temprana primavera ya se había instalado en nuestras vidas. Tampoco podría asegurar que ropa vestía aquella jornada, aunque a muchos se les escape una media sonrisilla ante tal aparente comentario banal. En este ejercicio de memoria, en cambio, los recuerdos me remiten a cientos de colores y múltiples aromas, muchedumbre y albedrío pertenecientes a un mercadillo que recorría casi a ciegas. No sé cómo fui a parar allí, tampoco conozco la secuencia anterior, ni la que fue rodada 24 horas antes. La película de mi vida, que anda instalada en mi memoria desde hace 25 años, se inicia en aquel mercadillo de pueblo, en el que me adentraba guiada por la segura mano de mi abuela y donde encontré uno de mis mayores tesoros.

Era recién nacida y permanecía paciente en su cunita, a la espera de ser mecida. Me emocioné al verla. Debía estar pasando frío en ese ambiente tan gélido y desarropado. Me acerqué con cautela para observarla más de cerca, nadie le prestaba atención y era tan pequeña... No lo pude soportar por más tiempo y me apresuré en reclamar la atención de mi acompañante... Minutos más tarde, esa muñequita endeble de puesto barato de mercadillo, que no he vuelto a encontrar en ninguno de mis episodios más remotos, se convirtió en mi mejor compañía.

Aquella muñequita con sonrisa desdibujada fue, sin duda, una gran conquista. Todo un tesoro. Y no sólo porque ella formase parte de las primeras líneas de mi memoria ni, evidentemente, por su costosa valía, sino porque la llevaba sujeta en mi mano cuando sólo unas horas más tarde o quizás algunos días, no puedo precisarlo, conocí el verdadero motivo de que mi contador mental se pusiera en marcha aquel 4 de marzo del que hoy se cumplen 25 años.

Mi madre descendía por aquella escalera infinita, con su camisa blanca, su pelo oscuro. Yo esperaba paciente con el abuelo y con mi muñequita. Estaba ansiosa por enseñarle a mamá mi reciente conquista, que me palpitaba en la mano queriendo ser revelada pero, entonces, ese sol radiante que comienza a anunciar la llegada de la primavera, la frescura de la mañana, el aroma de la hierba recién cortada... se desprendió de golpe de aquel bultito que llevaba entre sus manos. No podría olvidar jamás sus palabras: "Ella es tu hermana", al tiempo que descubría aquella toquilla de forma cuidadosa, como sólo saben hacer las madres, con mucho mimo, delicadamente. A partir de aquel momento, no sé que ocurrió con aquella muñequita endeble del mercadillo que llevaba aferrada a mi mano. Aquel juguete que impacientemente quise mostrar a mamá, porque mi verdadero tesoro, en ese momento, se encontraba acunado en sus brazos.

Esa es la historia de cómo conocí a mi hermana aquella mañana de marzo. Vivir el primer acontecimiento más importante de mi vida me ha marcado sobremanera porque, como podrán comprobar, no recuerdo ninguna imagen anterior de mi existencia sin que no estuviera ella. La historia de mi vida se ha escrito con ella aferrada en mi mano, al igual que sostuve a esa muñequita la mañana en la que nos conocimos.

Hoy cumple 25 años y no la veré envuelta en ninguna toquilla, ni mi madre la llevará en sus brazos al descender una escalera. Y aunque las vicisitudes del destino y la ley que rige la vida nos haya alejado en los últimos meses, siempre estará aferrada a mi mano como decidí sin dudas en el mismo instante en el que nos conocimos, porque no entiendo mi vida sin su presencia.

Felicidades.