domingo, 30 de octubre de 2011

Other o another


A veces piensas que tu vida está perfectamente trazada. Vislumbras el sendero firme, con cada una de sus piezas perfectamente encajadas, una sólida mano de pintura y un piso totalmente acomodado, esperando que tus pasos vayan sucediéndose, uno a uno, hacia adelante, con seguridad. En los extremos del camino, la vegetación continúa su curso, creciendo con frondosidad y adornando con viveza el entorno que contemplas cada día. El sol luce en lo más alto, el cielo está despejado y apenas hay nubes que lancen cualquier tipo de temida amenaza. Todo está preparado para que continúes caminando, para que sigas tu camino, para que te muevas con sencillez y naturalidad por aquella senda que es sólo tuya. 

En cambio, un día cualquiera, en tu constante caminar, decides parar sólo un rato y entretenerte con esas pequeñas florecillas que se alojan apasionadamente a tu paso. Decides palpar su tacto, absorber su olor, observar sus tonalidades y olvidar el tiempo, sólo por un instante. La dedicación improvisada permite, casi por casualidad, que tu mirada se alce por encima de su estancia y, casi sin querer, descubras nuevas senderos que, como el tuyo, se deslizan alrededor de esas plantas, casi en paralelo a tus pasos, casi con simetría. Entonces, la curiosidad se apodera de tu cuerpo y te impulsa a ponerte de puntillas y otear el destino de aquella senda, el color de su piso, el aroma de su estancia, el color de su cielo. Casi, sin querer, te apartas un poco de tu ritmo, de tu devenir y, sin permiso, colocas tan sólo un pie en aquel camino que no te pertenece. Cruzas la frontera.

A lo lejos, observas las luces de aquel nuevo barrio al que va dirigido, totalmente distinto al que conoces, totalmente desconocido para ti. A lo lejos, se alzan las casas, las aceras, el ritmo de una gente que en nada se parece a la tuya, porque son diferentes, porque son desconocidos. Entonces, y sin abandonar tu posición, comienzas a hacer comparaciones, sólo mentales, sólo ficticias. Apenas te has movido del lugar, pero puedes imaginar lo que esconden aquellas casas, lo que hablan aquellas gentes, lo que aguardan aquellas calles. Imaginas tu vida en aquella estancia que apenas conoces, que sólo vislumbras a lo lejos, de puntillas, desde la distancia, casi escondida. Una vida nueva, distinta que, por desconocida, parece ideal, perfecta. 

Vuelves sobre tus pasos y regresas a tu burbuja, a tu mundo. Ahora el cielo ya no parece tan azul y las nubes han comenzado a aparecer por la estancia. De la nada, surgen baches en el piso y algunas flores ahora están mustias y descoloridas. De repente, te paras en seco y comienzas a dudar. Conoces el camino recto, su destino pero, ¿sería mejor saltar, franquear la vegetación y adentrarte en ese nuevo mundo desconocido? Entonces te sientas en diagonal, vigilando la dirección de ambos destinos, meditando. Sin saber si era mejor no haber tenido nunca aquella curiosidad, no haber descubierto nunca aquellos nuevos caminos.