miércoles, 16 de marzo de 2011

Estrenando nuevo hogar


Llevan juntas todo el invierno, aunque desconozco cuando se vieron las caras por primera vez. Tal vez, les presentó un amigo. Quizás, se conocen desde la niñez. Puede que fuese fruto de un flechazo o el propio fluir de la vida les puso en el mismo camino, en un bendito momento determinado. Jamás lo sabré. Nunca me lo confensarán.

Me topé con la pareja casi por casualidad y por pura rutina, puesto que han instalado su hogar a sólo unos metros del lugar donde hemos consolidado el nuestro, desde hace ya casi 22 meses, más de año y medio, sólo un suspiro. Se les ve feliz con su nuevo nidito de amor. Lo intuyo, puesto que siempre que merodeo por la estancia se encuentran juntas, en la puerta de casa, sin permitirse una sola salida a conocer el barrio, para establecer amistad con los vecinos, para explorar la zona. Puede que, como yo, sean animales de rutina y costumbre, ya que, realmente, siempre me paseo por las inmediaciones de su fortín a la misma hora, cuando cae la tarde, al inicio del ocaso, en la hora de la reflexión, de la tertulia, del debate.

Puedo confirmar con una sonrisa que me satisface encontrarlas cada día, a lo lejos, ojo avizor ante nuestra presencia, con temor a que perturbemos su equilibrio, su magia, ésa por la que lo han abandonado todo. Se tienen la una a la otra y eso me llena de satisfacción, porque creen ciegamente en su decisión, en su apuesta, en su compromiso. Ahora son sólo ellas dos, en su nuevo hogar, iniciando una nueva vida, estableciendo su estancia, acomodándose a la zona, comenzando a vivir. No tienen que dar explicaciones, ni barajar los pro y los contras, ni tan siquiera dudar. Sólo siguen el ciclo de la vida, ése al que se han adherido con plena fidelidad y lealtad, libres.

La primavera amenaza, nos observa escondida detrás de esas bambalinas que pronto se abrirán de par en par para ella, y la pareja se prepara para la bienvenida. Imaginamos que nunca abandonan ese terreno que han elegido como hogar porque la familia está a punto de crecer y, celosamente, aguardan el momento, lo protegen, lo adecúan. Ambas lo han decidido como culmen de su alianza, por hacer cumplir la ley de la vida y porque la facultad de su reloj biológico se lo permite. La descendencia llegará sin pedir permiso ni perdón, sólo entrarán en casa, su casa, porque sus progenitores así lo han ideado, lo pactaron, lo sellaron. Y crecerán junto a los seres que más quieren para, un tiempo después, emular las líneas que un día escribieron sus padres.

Sé que no le gustamos y, menos aún, la presencia de nuestros canes, puesto que nunca nos pierden de vista ni nos dan la espalda. Desconfían de nuestras ideas, de nuestra invasión de la intimidad, de nosotros, los más temibles depredadores. Sin tan siquiera saber lo mucho que envidio su estatus, su estilo de vida, su confianza ciega, su vida en pareja, su eternidad. Nunca habrá intromisiones, falta de comunicación o crisis familiar, sólo la vida, la perpetuación de la especie, la misión de cumplir con el ciclo de la vida, juntas, unidas, porque así lo decidieron. Porque lo quieren.

Ahí están, de nuevo, como cada tarde, esperando que pasemos para regresar a la tranquilidad, casi sin moverse, al acecho. Pese a que otro humano espante su sosiego y les obligue a lanzarse al agua para alcanzar la otra orilla, salvo la llegada de algún niño que quiera atravesar la línea que supera lo público de su privacidad... Ahí permanece, a salvo, enseñándonos -sin saberlo- lecciones de la vida, nuestra querida pareja de Ocas.

martes, 15 de marzo de 2011

Konnichi wa


Hace bastante tiempo que llevo madurando la idea de trazar unas líneas sobre ellos, dedicarles un trozo de mi tiempo, pero aún no me había decidido completamente. Era uno de esos temas que uno guarda en la recámara, en el cajón de próximas entregas o en la conocida como "carpeta de adelantos", aquella de la que formé parte en mis inicios en ABC. Una posible opción, un terreno factible, una idea. Pero la actualidad ha convertido en extrema urgencia lo que sólo era un mero embrión y aquí me encuentro, dispuesta a dedicarles unas palabras en el lenguaje que comparto con Cervantes, ofreciéndoles la reverencia que merecen, encendiendo una vela por todos ellos, colocándome bajo sus propias pieles.

He conocido Tokio a través de Haruki Murakami, de los sabores inefables que me produce la degustación del sushi, una joya gastronómica a la que recurro frecuentemente, sin mucha dilación, siempre con el mismo entusiasmo. He estudiado su historia y observado su avance desde el cristal de la distancia, pero con el justo respeto que se merecen todos y cada uno de los que se afanan por avanzar, crecer, renovarse. Ellos nos han enseñado que, a veces, es necesario seguir adelante tomando prestado aquello que ya ofreció éxito a los ajenos. Adaptar su cultura sin tener que mover ni un ápice de su esencia milenaria. Alabar los logros de otras potencias sin tener que rasgarse sus vestiduras. Aceptar a los demás sin comparar.

Conocí Kioto a través de los ojos de Tokiko, una simpática septuagenaria que endulzó aquellas clases de principiantes que acogí en el mes de noviembre, un tiempo tan distante a la desgracia, tan diferente. Ella me enseñó que todo se merece una sonrisa, lo bueno, lo malo. Ella me mostró la humildad con la que uno debe enfrentarse a la vida, pese a que podría ofrecerme lecciones porque dobla mi estancia en estos lares, como hacen todos y cada uno de los que no rodean en este entorno familiar de la cercanía. Ella me ayudó a valorar el silencio, mucho más de lo que ya lo valoro. Ella me hizo mejorar y, sólo con eso, merece mucho más de lo que yo puedo ofrecerle desde mi pequeño rincón, desde mi distante ventana.

No sé que habrá sido de Tokiko, de su entorno, de su realidad. Sólo sé lo que me ofrecen las imágenes que se repiten por nuestras retinas una y otra vez, cada día. Unas secuencias duras pero, al mismo tiempo, demasiado manidas por nuestra mente, cansada de ficción y sucesos cercanos que captan aún más nuestro interés y sensibilidad. Ya nos lo decía Galiana, es más duro lo escaso, pero cercano, que lo lejano y numeroso. Ya ves, a la larga, comienzo a encontrar sentido a aquellas clases de "Análisis del discurso periodístico" que tanto me inquietaban y desubicaban, ésas que nos dejaban totalmente fuera de la partida, allá por el inicio del nuevo milenio, diez años atrás.

Pero torno los ojos hacia Japón y quiero mantenerlo en mi memoria como me lo mostró aquella geisha, dibujado con ternura, como los dibujos animados de nuestra infancia que tanto le debemos. Envolverlo en una alga para apartarlo de la desdicha que no merece y mantener intacto su sabor. Recorrer sus calles de pueblos y ciudades a través de las imágenes que sólo puede devolverme los reportajes de televisión y seguir manteniendo la viva ilusión de que un día podré pisar su asfalto, aunque tenga que desprenderme de mi calzado a mi llegada para no estropear su magia. Porque era uno de mis deseos futuros, un sueño por cumplir, casi una promesa, pese a que estuviera guardado en un cajón o en la carpeta de adelanto, como todas estas líneas.

Ahora sí, emularé a quienes saben y colocaré un cerdito de escayola en mi cocina, con la leyenda: "Destino Japón". Con el recuerdo de que los sueños deben cumplirse, de la necesidad de afanarse y luchar por conseguir crecer y mejorar cada día. Porque sé que Japón, cual avez Fénix, conseguirá resurgir de nuevo de sus cenizas. Y nos darán un nuevo ejemplo de superación. Y nos enseñará una nueva moraleja, como si de un haiku se tratara. Y volverá a ser lo que era. Porque, en esta vida, es fundamental creer y yo creo ciegamente en ellos. Porque deseo enormente ofrecerles un sincero "Konnichi wa" (saludo) y un eterno "arigato" (gracias).

miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuando la formación sobra para sobrevivir


El timbre que acababa de pulsar sonó en el fondo de la estancia. Sólo me había personado en el lugar por curiosidad, a sabiendas de que aquella entrevista era sólo papel mojado. Sin embargo, me resultaba curioso conocer la primera respuesta a las muchas peticiones que una se ha afanado por realizar por todos los medios posibles. El primer feed-back en muchos meses. No había nada que perder y tenía la mañana libre.

Una señora de mediana edad me recibió con una amplia sonrisa. Y se dirigió con premura al otro lado de aquel recibidor que había convertido en un apéndice de ella. Pronuncié mi nombre y le confesé que quizás había llegado demasiado pronto, puesto que había olvidado la hora exacta de la cita. Fue demasiado esfuerzo recordar de memoria la dirección correcta y el nombre de la persona por la que debía preguntar, sobre todo, cuando te aborda una llamada totalmente inesperada, rápida y sin redundancia, en la mitad de la calle. No hubo muchas explicaciones, ahora sé que no les interesaba. Tan sólo una hora, una dirección, un nombre y mucha prisa.

Efectivamente, me confirmó que me había adelantando una hora a la cita. Sin embargo, podía esperar en una sala porque no había ningún problema para que me atendieran con anterioridad. Mientras me dirigía a la citada habitación, pude otear la oficina. A priori, bastante cómoda e interesante. Una mampara con cristales separaba la estancia que había conocido hasta el momento del lugar de trabajo de todas aquellas mujeres. Pude ver como conversaban entre ellas, mientras otras levantaban el teléfono de espaldas a mi mirada. Una de las trabajadoras salió con una taza de café en la mano y preguntó a una compañera si aquel problema personal estaba solucionado. La afectada asintió y le dio las gracias por su interés. Todo era normal, lo habitual en cualquier centro de trabajo.

Mientras aguardaba en aquella estancia repleta de libros, principalmente, colecciones y enciclopedias de temas específicos, me pude hacer una idea de la labor de aquella empresa. Hubiese sido un buen recurso que me ofrecieran la elaboración de los contenidos de todos esos manuales. Un proceso de investigación en la materia, el diseño de las páginas, las fotografías y, finalmente, la maravillosa redacción. Me evadía en mis pensamientos cuando otra chica, curriculum en mano, se sentaba en mis proximidades. Al principio, sólo nos saludamos. No puedo negar que me avergonzaba estar en ese lugar, en aquel momento. Iba a escuchar una oferta por un trabajo en el que no es necesaria ninguna preparación académica y donde, mis años de estudio y trabajo, serían sólo una mera anécdota.

Imaginé que aquella compañera estaba acostumbrada a realizar este tipo de entrevistas. Quizás, incluso habría trabajado en alguna ocasión en estos menesteres y, con toda probabilidad, apenas había superado los estudios iniciales. En cambio, comenzamos a hablar con timidez y reserva, como se suele proceder cuando se entabla conversación con un desconocido. De trivialidades, sin revelar demasiado nuestros datos. Pero, una cosa llevó a la otra. La desesperación se leía en nuestros rostros y acabé sabiendo que aquella chica era licenciada, con una experiencia de años en el sector bancario y con un año intenso de preparación de oposiciones. Un clon que, como yo, aguardaba una llamada que le abriera las puertas a aquel mundo que le prometieron cuando tan sólo comenzó a estudiar la tabla de multiplicar. En ese momento fui consciente, si no lo era ya suficientemente, de la situación a la que ha llegado la sociedad española. Especialmente, la generación que me ha tocado vivir.

Llegó el turno de mi entrevista. No hubo preguntas. No escuché cuestiones sobre mi formación académica, ni acerca de mi experiencia laboral, ni de mis dedicaciones actuales. Sólo repitió mi nombre y datos personales y explicó, sin más, las condiciones. Tres horas y media al día, un sueldo ínfimo. A cambio, mi labor consistía en convencer a flamantes mamás de la necesidad de comprar, de forma urgente, una enciclopedia detallada sobre la salud del recién nacido. Tocar la fibra sensible con todas las armas que estuvieran en mi mano. "Si no vendes nada en un mes", me espetó, "ni te interesa a ti ni me interesas a mí. Piénsalo, si nunca subes al carro, jamás sabrás si esto es para ti".

Pero lo supe en cuantro cruce la puerta que, tan amablemente, me había sujetado aquella señora que me dio la bienvenida. Nadie dijo que lo que uno ansía fuera fácil. Roma no se consiguió en dos días y hasta premios nóbeles como García Márquez pasaron penurias hasta alcanzar su objetivo. Todo el mundo tiene un precio y mi dignidad, por el momento, no está al alcance de cualquiera, así tenga que ver amanecer cada día con las manos vacías.

Hoy me espera Adair. Será mi primera clase particular. Seré féliz ofreciéndole todo lo que sé de la lengua de Cervantes, aunque a cambio consiga un jornal de esos que antiguamente llamaban "de maestro escuela". Si lo releo, sin duda, música celestial. Que comience a sonar la partitura.

martes, 1 de marzo de 2011

Desde mi balcón, casi en primavera


El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...

Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.

En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.

Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.

Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.

Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.

(Antonio Machado)


Después de un fin de semana largo, más intenso y productivo que los demás, regreso al calor del hogar rutinario, acogedor y nuestro. La mañana ha amanecido tan luminosa como viene floreciendo en las últimas semanas y, con ella, el despertar del campo, cuyo pedazito de muestra acojo en mi terraza. Los buenos días de las plantas son, casi en la primavera, como el saludo matutino de un ser querido que amanece en nuestra cercanía, con una sonrisa, acompañado de un buen desayuno, con el aroma de la mañana, casi en primavera.

Me asomo a la terraza y enmudezco observando el arsenal de hojas verdes y flores incipientes que se alegran de verme, como yo de sentir su presencia. Despierta el campo andaluz, despierta mi terraza, despierta mi mañana, casi en primavera.