jueves, 11 de marzo de 2010

Paseando por Don Remondo...


Mi grado de saturación alcanzó sus cotas más altas en el arranque de la noche de ayer. Las clases en la Academia se tornan cada vez más intensas y agotadoras. El tiempo apremia, la cita se acerca a pasos agigantados, los temas te persiguen por doquier... y mi única necesidad tras atravesar aquella puerta de cristales era masticar un poco de aire fresco.

Pasear por el centro de mi ciudad un miércoles por la noche es casi un regalo caído del cielo. Poder disfrutar del silencio que se esconde y enmaraña en lo más recóndito del habitual bullicio no puede pagarse con ninguna moneda. Se tiene o no se tiene, se alcanza o no se consigue, se palpa o se pierde. Pero cuando logras beber tan sólo un poco de ese preciado brebaje, tan singular, tan único, puedes volver a poner el contador a cero. Como tantas y tantas veces...

Caminando por la calle don Remondo me trasladé a épocas pasadas, casi remotas. Mil y una "yo" paseaban conmigo al unísono, en silencio, a borbotones. Una de ellas lucía un casi olvidado uniforme, falda gris, a tablas, en claro contraste con el azul marino y discreto de su jersey. Una mochila a la espalda, en el mismo lugar donde cargaba todo un arsenal de sueños por cumplir y un mar de ilusiones. Caminaba feliz, ambiciosa, satisfecha... Me paré a observarla.

Mi yo ancestral se dirigió con decisión hacia la calle Abades y no me demoré en demasía en recordar aquellas citas semanales, casi familiares, que nos reunía en la Academia de las Buenas Letras. En aquel momento, volví a percibir aquel aura que me envolvió durante aquellos cuatro años. Ése que me empujaba a seguir adentrándome en todo aquel mundo de conocimiento que se me brindaba por delante. Volví a escuchar a Mozart, Wagner o Rimski Korsakov. Hojeé, de nuevo, el cuadernillo de literatura extranjera: Sartre, Ibsen, Mann, Twain, Toltostoi... que ya posee ese amarillento aspecto que adquiere lo que está casi manido. Volví a recorrer la Catedral observado todos y cada uno de esos elementos góticos que se habían quedado sobre el papel en aquellas añoradas clases de Historia del arte...

Percibí toda aquella magia de esos maravillosos años mientras observaba como mi otro "yo" se adentraba en aquel edificio antiguo, especial, melancólico, que palpita en pleno corazón del Barrio de Santa Cruz. Contábamos con apenas dieciseis años cuando nos reunían por obligación, bendito mandato, en aquellas conferencias que -hoy razono- reunían a lo más selecto de las letras sevillanas. Pequeños potenciales entre tanta magnitud que apenas podían entender su papel en aquella obra. Hoy comprendo que fue todo un privilegio, un galardón, un premio que muchos querrían haber obtenido a cambio de desembolsar toda una fortuna. Fue esa concesión, que a mí siempre me hizo sentir tan especial, la que nos ha permitido, aún once años después, presumir de muchas cosas. Entre ellas, haber asistido y ser un miembro activo en los acontecimientos que envolvieron el funeral de Cecilia Bohl de Faber, más conocida como Fernán Caballero... pero eso, amigos míos, dará para otro capítulo al que les emplazo.

Ahora sé que será una de esas anécdotas que uno se guarda en la mochila para contar a sus nietos. En el caso, sin duda, de que esta sociedad marchita y viciada no se lleve por delante esa cultura que hoy se contempla como un lastre, old-fahioned...

...Y pienso en esas reliquias mientras la observo adentrarse con paso firme y decidido y la pierdo en la oscuridad de ese edificio. Con su falda gris, a tablas, su jersey marino, sus sueños, sus esperanzas... como hemos cambiado... Pero antes de darme la vuelta y seguir por mi camino, se detiene y me brinda una mirada cómplice y partícipe; me recuerda que en lo más recóndito aún existen vestigios de lo que fuimos. Y basta retomar un ápice de aquella imperiosa necesidad para seguir optando a lo que seremos. Porque esa mochila que se pierde en lo abrupto de la calle Abades aún continúa siendo portada en mi dorso, esperando impaciente a ser engrosada y animándome a no ser abandonada jamás en ninguna esquina...

... Y continúo mi camino por Don Remondo.


4 comentarios:

  1. Lo que fuimos nunca deja de acompañarnos. Sin esos yos, no seríamos lo que somos. Tú, para mí, a pesar de los años, sigues siendo la chica que me miró como a una loca cuando escribí Granada en aquel folio en blanco. Te conservo intacta en ese recuerdo pero en cientos más que siempre estarán conmigo.

    ResponderEliminar
  2. ¡¡¡¡Me acabas de emocionar!!!! Eso es lo bonito, verdad, recordar todos esos momentos por lo que fueron y por los que aún quedarán por llegar. Gracias por estar ahí.

    ResponderEliminar
  3. Fue un privilegio vivir todo aquello. Igual que fue un privilegio acompañarte ayer en ese paseo.

    ResponderEliminar
  4. Siempre es un placer disfrutar de su compañía. Así lo ha sido en los últimos once años.

    ResponderEliminar