jueves, 18 de marzo de 2010

Correspondencia de verano




La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.

Pedro Salinas (1891-1951)



En el inmenso insomnio del inicio de la madrugada, rememoro este poema de Pedro Salinas que un día descubrí dormido en mi buzón, aletargado, casi vencido por el tiempo. Acumulaba doce meses de espera, polvoriento, reticente a mi presencia... Aquel hallazgo no me sorprendió ni un ápice, simplemente endulzó el paladar a medida que desplegaba su alas, que alzaba la voz, que se desperezaba por toda la habitación. [...] "No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo". Quiso el azar y el destino, las trivialidades de la vida, que aquel mensaje en clave, aquel recurso manido, trillado y conocido no llegara a su destinatario en la fecha prevista, en el contexto adecuado, justo cuando la necesidad azuzaba. [...] "El sí con el que te me rindes es el silencio" [...]

Llegaba enmarcado en el seno de una carta adolescente, inocente, fresca, juvenil, donde se relataban historias de un verano de interior, abrasador y seco. Una correspondencia iniciada por casualidad, sin pretensiones, sin promesas, por puro azar, como la estancia eterna que tuvo que soportar esa epístola en el buzón de acero. Donde se devolvían golpes ficticios de enamoradas inventadas, ambientes idealizados y sueños inconclusos. Una carta que nunca llegó a tiempo, sin que su remitente supiese jamás que no había sido recibida en la fecha prevista, a la hora deseada, en una escena imaginada.

Como una posdata, un apunte, una última pincelada aguardaba profundo el dardo de la misiva... Ésta es mi maravillosa vida, mis perfectas vacaciones, mi anhelado verano, espero que estés disfrutando de un periodo estival parecido. Por cierto, creo recordar que admirabas a este poeta madrileño de la Generación del 27. Tengo entendido que este poema es suyo, te lo regalo...

Y así fue como le regaló su vida, el resto de sus veranos, sus ambientes idealizados y sus sueños inconclusos. Su objetivo quedó cumplido, aunque hubiese que leer entre líneas, a pesar de que su carta quedara olvidada en un buzón de un apartamento de playa, pese a que nunca llegara a su destino, al menos, en el momento adecuado. Pedro Salinas cumplió su encargo a pesar de que jamás tuvo la oportunidad de realizarlo.

La carta polvorienta, del color de la vainilla, con olor a sal, mecida por el levante, era releída con rapidez y nerviosismo, admirada y palpada doce meses después de haber sido depositada en un buzón de correos, un año después de haber sido tallada con una caligrafía ágil y estirada. Cobraba vida ante los ojos de emisario y destinatario.

"La forma de querer tú es dejarme que te quiera" [...] E intento conciliar el sueño, ya iniciada la madrugada, recordando a Pedro Salinas y acariciando la mano de aquel remitente.

3 comentarios:

  1. ¿¿Te gusta??? Pues el aludido aún no ha osado a comentar nada. Será que aquel recuerdo permanece tallado en mi memoria y de la suya quizás se desprendiera como las hojas de los árboles en otoño.

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  2. Me encanta y lo sabes, pero debes entender que ante tus palabras, las mías sobran. Y no, tengo mala memoría, pero aún no he llegado al extremo de olvidar mi (nuestra) historia.

    Un beso.

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