martes, 13 de abril de 2010

Almizcle de madera y pergamino


Ayer, por necesidad, me adentré en el corazón y las entrañas de un barrio al que aún no acabo de detectar el sabor. Este afanado y solitario trabajo que emprendí el pasado mes de septiembre, justo cuando puse los pies en este nuevo terreno, me ha impedido palpar su textura, percibir su melodía, reconocerme en sus calles y recovecos.

Me encuentro sumergida en plena vorágine de recopilación de documentación, papeles, fotocopias, resguardos y mil requisitos necesarios para grabar mi nombre a fuego en esta desconocida aventura desde cuya senda, y muy a mi pesar, comienza a vislumbrarse el final del trayecto. Y justo en esta afanada tarea, casi por casualidad, sin premeditación ni alevosía, me tope con mi ídilico sueño, mi platónico deseo, sin duda, una sorpresa bastante agradable. La calle que sirve de pulmón y motor del barrio, donde la muchedumbre alza sus decibelios a cualquier hora del día, en el lugar donde los negocios no descansan. se erige silenciosa y tremendamente enigmática mi nueva librería. Como aquel antiguo efecto barroco, al igual que la táctica animal, aquel mágico lugar oculta en su interior lo que intenta obviar desde el exterior, en su fachada.

Desde que puse el primer pie en aquella estancia supe que era bienvenida y que, sin ninguna duda, volvería pronto. Los libros se agolpaban en las estanterias sin necesidad de orden, apilados en cualquier rincón, sobre el mostrador, en un expositor de promoción que suelen regalar las editoriales... en cualquier rincón se podía y puede respirar literatura. Aquel lugar tenía todos los condicionantes para que el tiempo se parara, como suele ocurrir cuando accedo a estancias similares en otros rincones de la ciudad que ya tengo fichados. Al igual que ocurriría en aquella biblioteca mágica que guardo en mi imaginación, en mi deseo, y donde pasaría con plena felicidad el resto de mis días, atendiendo a mis clientes, aconsejando ejemplares, animando a los nuevos lectores... si ese sueño algún día pudiera hacerse realidad.

Esa librería idílica sería de madera, y ese aroma, en combinación con las distintas ediciones de papel que albergaría la estancia serían su sello de identidad, el que llevaría impregnado en el pelo y en la ropa, casi el nombre y apellido de mi rincón mágico. Aquel pedacito de mí estaría abierto a cualquier lector, con un lugar especial para los más pequeños, donde se reunieran todos los ingredientes que les condujera a iniciarse en este ritual que rige mi vida. Allí podría palpar cada ejemplar, olfatearlo, sentirlo, como suelo hacer cuando adquiero un nuevo libro, una costumbre que despierta la curiosidad y la risa en los más cercanos.

Cruce los dedos para pasar desapercibida y hacerme invisible, para contar con todo el tiempo del mundo y poder recorrer cada recóndito espacio de aquel nuevo descubrimiento. Sin que nadie me viera, sin ser jamás atendida, conseguir mimetizarme con las cuatro paredes, ser abducida. Pero llegó mi turno con más premura de lo que hubiera querido, fui atendida y tuve que marcharme con mis folios de colores bajo el brazo. Eso sí, no sin antes llevarme adherida su tarjeta de visita, su aroma impregnado, su imagen en la retina y sientiendo que siempre me había estado esperando. Volveré.

* La imagen que incluyo en esta entrada no está sacada de ninguna película de Harry Potter, aunque J.K. Rowling se inspiró en ella cuando escribió su saga. Se trata de la librería Lello e Irmao, de Oporto. Algún día, sin duda, la visitaré. ¿Alguien me acompaña?




2 comentarios:

  1. Me apunto a visitar ese mágico lugar. ;)

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  2. Cuando vuelvas de tu viaje paradisíaco y yo regrese a una vida más estable, nos vamos a Oporto. Jejejeje

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