jueves, 22 de abril de 2010

Donde habite el olvido


Apenas contaba con 15 años, la inocencia por bandera y miles de ilusiones y sueños por cumplir. Tan sólo tenía 15 años cuando me encontré aquel regalo abandonada a la nada, esperando, palpitante casi en el amanecer de una luminosa mañana de junio. Desde la lejanía del jardín de casa vislumbre un sobre amarillento, desconocido, impasible, que esperaba paciente debajo de la puerta. Era demasiado temprano para que nos hubiese visitado el cartero y, lo que es aún más insólito, no era el día adecuado para que el personal de correos realizara su trabajo como cualquier jornada. Temerosa y sorprendida a la vez, me fui aproximando hasta su presencia, feliz por ser la descubridora de aquella misiva y, al mismo tiempo, complacida por ser precisamente yo quien recogiera aquella carta que, además, llevaba mi nombre. No tenía sello ni señal de haber viajado a través del correo ordinario. Alguien la había depositado por debajo de la puerta, anónimo, clandestino, demasiado temprano o demasiado tarde.

Como quien tiene algo que esconder, observé con recelo hacia mi derecha y posteriormente, hacia mi izquierda, y sólo cuando me percaté de que nadie contemplaba la escena, opté por rasgar el sobre y leer su contenido. Aquella letra me era familiar, conocidísima, casi de cabecera, y no pude reprimir la risa al imaginar al autor de aquellas letras trazando su contenido y la secuencia que le acompañaría hasta traerla a casa. He aquí lo que encontré:

Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces.
Como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul.

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!


Gustavo Adolfo Bécquer en estado puro me aguardaba en el interior, con la reconocida rúbrica de aquel maestro: tu abuelo, F. S.

Fue la mejor forma que encontró para felicitarme por las notas que acompañaron a mi primer año en el nuevo y prestigioso colegio. Aquel lugar donde comencé a crecer como persona, el que labró con minuciosidad mi futuro, el que me abrió las puertas del conocimiento, el que me condujo por mágicos senderos y, aunque él nunca lo supiera, el que me descubrió el amor. Y agradezco tanto aquel gesto, misterioso, sorprendente, original, único, tan parecido a él, que aún me estremezco cuando recuerdo aquella escena.

Es por este motivo, entre otros, por el que siempre me he sentido atraída por Gustavo Adolfo Bécquer. He aprendido sus rimas de memoria y sus palabras se me agolpan como recursos en momentos insólitos, como caprichosos niños que ríen y pugnan por salir al patio del colegio. Siempre ha estado ahí, a cualquier edad, en cualquier momento. Como aquel día que llamó a mi puerta, justo cuando más lo necesitaba, apareciendo de la nada...

...Restaban unos meses para concluir aquel cuarto año de carrera, nuestro último curso. Apenas quedaban unas asignaturas para alcanzar la licenciatura y pasar a una nueva fase de nuestras vidas, desconocida, y no por ello menos mágica y atractiva. Arrancaba el último cuatrimestre de nuestra última primavera en aquella facultad y, entre otras, debíamos cursar como obligatoria la disciplina de "Periodismo de investigación". Sí, esos resportajes que usted suele ver últimamente en televisión, agazapado en el sofá de su casa y que merecen un posterior comentario si ha logrado el objetivo de conmoverle o, por el contrario, pasar al olvido como quien pasa una página.

Por parejas, uno de los mejores docentes que he podido disfrutar en la carrera, nos asignaba temas desconocidos, moldeados por él, enigmáticos desde su título. Llegó nuestro turno. Nos acercamos a su mesa impacientes y la sorpresa no se contuvo. Desplegó un papel cuartilla donde podía leerse José Abad. Ambas, nos miramos estupefactas. No teníamos ni idea de lo que significaba aquel nombre, por lo que habría que comenzar desde cero. Tengo que confirmar que, desde el principio, el tema no me atrajo en absoluto. Esperaba algo más contundente que un simple nombre desconocido.

Tuvimos que rastrear durante varios días para conocer que se trataba de un ceutí, amigo de nuestro profesor de aquella materia, ya fallecido, y cuya única familia residía en aquella ciudad norteafricana. ¿Cómo podríamos llevar a cabo aquella investigación tan lejos de casa? Y, lo que es aún peor, tan inexpertas. Recuerdo que me marché a casa con tristeza y desánimo por aquel trabajo que había despertado tantas expectativas en mí y, al mismo tiempo, me había desilusionado tanto. Y aquel mismo día, casi por casualidad, quizás porque fue protagonista indirecto de alguna conversación, tal vez porque acudió a mi mente, como tantas y tantas veces, supe dar un giro y la situación y buscarle una solución a aquella historia.

Descolgué el teléfono y llame a mi compañera: "Nuestro tema será Bécquer". Sorprendida, me pidió que repitiera lo que le estaba diciendo. Era totalmente comprensible, qué gran descubrimiento íbamos a realizar dos pipiolas, aún por licenciar, de un genio de la literatura que falleció más de un siglo antes de que ambas naciéramos. Pero lo fue, nuestro tema se centró en Bécquer y realizamos un gran descubrimiento, aquel trabajo alcanzó la máxima nota y, desde entonces, Gustavo Adolfo permanece grabado en nuestros corazones como un sello de identidad que nos une a ambas.

Ella suele explicar aquella historia que descubrimos cada año, justo cuando le toca ahondar en el Romanticismo en 4º de ESO. Y, como he optado por seguir sus pasos, también espero referirme a la misma cuando tenga la oportunidad de estar en su idéntico lugar.

Pero aquella historia mágica que nos une a ambas como a un club secreto aún tendrá que esperar...



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