domingo, 18 de marzo de 2012

Una primavera incierta

 

No me he perdido. No estoy ausente. No he desaparecido, ni he querido escapar. No he huído, ni he salido corriendo; ni siquiera he dejado de caminar por estas líneas una y otra vez. Simplemente, la vida es más difícil de lo que jamás habría imaginado, porque yo la quiero complicar, porque la retuerzo un poco más cada día, porque amplío mis obstáculos, porque nunca nada es suficiente. 

La primavera nos amenaza con su sombra incandescente, mientras mi último post aún habla de guirnaldas y adornos navideños. Porque los últimos meses se han condensado en un suspiro, y porque los próximos tres serán aún más duros, más montañosos, más inexorables. Me dejo guiar por el impulso sin saber si hago lo correcto. Sólo porque un día comencé esta andadura y no sé bajar los brazos. No sé como decir que no o aplazar lo iniciado. Sólo sé cumplir con las promesas, aunque sólo sea yo la destinataria de las misivas.

De momento, estoy enamorada de una profesión que jamás había moldeado. Que se interpuso en mi camino. Que apareció de la nada. Pero que me ha dado mucho más de lo que yo podré agradecer jamás, en el último año. Adoro lo que hago y adoro a los que me dejan hacer que lo lleve hacia adelante. Es el bálsamo de mis males y el mayor liceo de mi madurez. Empieza la función y soy feliz. Despliego mi lengua y me siento mágica. Acaricio mi gramática y me siento única, viva, feliz, en mi lugar soñado. 

No sé que pasará en los próximos meses. Qué caminos se abrirán a mi paso. Que senderos desaperecerán de este mapa tenebroso que nos hace desviar el camino y adentrarnos en cualquier paraje. Sólo sé lo que ahora valoro de la vida. Lo que puedo saborear gustosamente cada día. Lo que tengo. Lo que jamás querría perder. Aunque dedicar tiempo a estas líneas sea adeudar unos minutos de oro.

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