miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuando la formación sobra para sobrevivir


El timbre que acababa de pulsar sonó en el fondo de la estancia. Sólo me había personado en el lugar por curiosidad, a sabiendas de que aquella entrevista era sólo papel mojado. Sin embargo, me resultaba curioso conocer la primera respuesta a las muchas peticiones que una se ha afanado por realizar por todos los medios posibles. El primer feed-back en muchos meses. No había nada que perder y tenía la mañana libre.

Una señora de mediana edad me recibió con una amplia sonrisa. Y se dirigió con premura al otro lado de aquel recibidor que había convertido en un apéndice de ella. Pronuncié mi nombre y le confesé que quizás había llegado demasiado pronto, puesto que había olvidado la hora exacta de la cita. Fue demasiado esfuerzo recordar de memoria la dirección correcta y el nombre de la persona por la que debía preguntar, sobre todo, cuando te aborda una llamada totalmente inesperada, rápida y sin redundancia, en la mitad de la calle. No hubo muchas explicaciones, ahora sé que no les interesaba. Tan sólo una hora, una dirección, un nombre y mucha prisa.

Efectivamente, me confirmó que me había adelantando una hora a la cita. Sin embargo, podía esperar en una sala porque no había ningún problema para que me atendieran con anterioridad. Mientras me dirigía a la citada habitación, pude otear la oficina. A priori, bastante cómoda e interesante. Una mampara con cristales separaba la estancia que había conocido hasta el momento del lugar de trabajo de todas aquellas mujeres. Pude ver como conversaban entre ellas, mientras otras levantaban el teléfono de espaldas a mi mirada. Una de las trabajadoras salió con una taza de café en la mano y preguntó a una compañera si aquel problema personal estaba solucionado. La afectada asintió y le dio las gracias por su interés. Todo era normal, lo habitual en cualquier centro de trabajo.

Mientras aguardaba en aquella estancia repleta de libros, principalmente, colecciones y enciclopedias de temas específicos, me pude hacer una idea de la labor de aquella empresa. Hubiese sido un buen recurso que me ofrecieran la elaboración de los contenidos de todos esos manuales. Un proceso de investigación en la materia, el diseño de las páginas, las fotografías y, finalmente, la maravillosa redacción. Me evadía en mis pensamientos cuando otra chica, curriculum en mano, se sentaba en mis proximidades. Al principio, sólo nos saludamos. No puedo negar que me avergonzaba estar en ese lugar, en aquel momento. Iba a escuchar una oferta por un trabajo en el que no es necesaria ninguna preparación académica y donde, mis años de estudio y trabajo, serían sólo una mera anécdota.

Imaginé que aquella compañera estaba acostumbrada a realizar este tipo de entrevistas. Quizás, incluso habría trabajado en alguna ocasión en estos menesteres y, con toda probabilidad, apenas había superado los estudios iniciales. En cambio, comenzamos a hablar con timidez y reserva, como se suele proceder cuando se entabla conversación con un desconocido. De trivialidades, sin revelar demasiado nuestros datos. Pero, una cosa llevó a la otra. La desesperación se leía en nuestros rostros y acabé sabiendo que aquella chica era licenciada, con una experiencia de años en el sector bancario y con un año intenso de preparación de oposiciones. Un clon que, como yo, aguardaba una llamada que le abriera las puertas a aquel mundo que le prometieron cuando tan sólo comenzó a estudiar la tabla de multiplicar. En ese momento fui consciente, si no lo era ya suficientemente, de la situación a la que ha llegado la sociedad española. Especialmente, la generación que me ha tocado vivir.

Llegó el turno de mi entrevista. No hubo preguntas. No escuché cuestiones sobre mi formación académica, ni acerca de mi experiencia laboral, ni de mis dedicaciones actuales. Sólo repitió mi nombre y datos personales y explicó, sin más, las condiciones. Tres horas y media al día, un sueldo ínfimo. A cambio, mi labor consistía en convencer a flamantes mamás de la necesidad de comprar, de forma urgente, una enciclopedia detallada sobre la salud del recién nacido. Tocar la fibra sensible con todas las armas que estuvieran en mi mano. "Si no vendes nada en un mes", me espetó, "ni te interesa a ti ni me interesas a mí. Piénsalo, si nunca subes al carro, jamás sabrás si esto es para ti".

Pero lo supe en cuantro cruce la puerta que, tan amablemente, me había sujetado aquella señora que me dio la bienvenida. Nadie dijo que lo que uno ansía fuera fácil. Roma no se consiguió en dos días y hasta premios nóbeles como García Márquez pasaron penurias hasta alcanzar su objetivo. Todo el mundo tiene un precio y mi dignidad, por el momento, no está al alcance de cualquiera, así tenga que ver amanecer cada día con las manos vacías.

Hoy me espera Adair. Será mi primera clase particular. Seré féliz ofreciéndole todo lo que sé de la lengua de Cervantes, aunque a cambio consiga un jornal de esos que antiguamente llamaban "de maestro escuela". Si lo releo, sin duda, música celestial. Que comience a sonar la partitura.

3 comentarios:

  1. Hicistes bien en no "subir al carro".Seguro que no te hubiera gustado.¿Como te ha ido con tu nueva alumna?
    Un beso.
    Marga.

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  2. Desde que leí ayer la entrada no paro de preguntarme qué hacías en una entrevista para teleoperadora, cómo has llegado a eso?

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  3. Pues, ya ves, de todo se puede sacar algo positivo. He escrito un relato con la experiencia y me ha servido para abrir mucho más los ojos a la realidad. Un beso.

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