martes, 15 de marzo de 2011

Konnichi wa


Hace bastante tiempo que llevo madurando la idea de trazar unas líneas sobre ellos, dedicarles un trozo de mi tiempo, pero aún no me había decidido completamente. Era uno de esos temas que uno guarda en la recámara, en el cajón de próximas entregas o en la conocida como "carpeta de adelantos", aquella de la que formé parte en mis inicios en ABC. Una posible opción, un terreno factible, una idea. Pero la actualidad ha convertido en extrema urgencia lo que sólo era un mero embrión y aquí me encuentro, dispuesta a dedicarles unas palabras en el lenguaje que comparto con Cervantes, ofreciéndoles la reverencia que merecen, encendiendo una vela por todos ellos, colocándome bajo sus propias pieles.

He conocido Tokio a través de Haruki Murakami, de los sabores inefables que me produce la degustación del sushi, una joya gastronómica a la que recurro frecuentemente, sin mucha dilación, siempre con el mismo entusiasmo. He estudiado su historia y observado su avance desde el cristal de la distancia, pero con el justo respeto que se merecen todos y cada uno de los que se afanan por avanzar, crecer, renovarse. Ellos nos han enseñado que, a veces, es necesario seguir adelante tomando prestado aquello que ya ofreció éxito a los ajenos. Adaptar su cultura sin tener que mover ni un ápice de su esencia milenaria. Alabar los logros de otras potencias sin tener que rasgarse sus vestiduras. Aceptar a los demás sin comparar.

Conocí Kioto a través de los ojos de Tokiko, una simpática septuagenaria que endulzó aquellas clases de principiantes que acogí en el mes de noviembre, un tiempo tan distante a la desgracia, tan diferente. Ella me enseñó que todo se merece una sonrisa, lo bueno, lo malo. Ella me mostró la humildad con la que uno debe enfrentarse a la vida, pese a que podría ofrecerme lecciones porque dobla mi estancia en estos lares, como hacen todos y cada uno de los que no rodean en este entorno familiar de la cercanía. Ella me ayudó a valorar el silencio, mucho más de lo que ya lo valoro. Ella me hizo mejorar y, sólo con eso, merece mucho más de lo que yo puedo ofrecerle desde mi pequeño rincón, desde mi distante ventana.

No sé que habrá sido de Tokiko, de su entorno, de su realidad. Sólo sé lo que me ofrecen las imágenes que se repiten por nuestras retinas una y otra vez, cada día. Unas secuencias duras pero, al mismo tiempo, demasiado manidas por nuestra mente, cansada de ficción y sucesos cercanos que captan aún más nuestro interés y sensibilidad. Ya nos lo decía Galiana, es más duro lo escaso, pero cercano, que lo lejano y numeroso. Ya ves, a la larga, comienzo a encontrar sentido a aquellas clases de "Análisis del discurso periodístico" que tanto me inquietaban y desubicaban, ésas que nos dejaban totalmente fuera de la partida, allá por el inicio del nuevo milenio, diez años atrás.

Pero torno los ojos hacia Japón y quiero mantenerlo en mi memoria como me lo mostró aquella geisha, dibujado con ternura, como los dibujos animados de nuestra infancia que tanto le debemos. Envolverlo en una alga para apartarlo de la desdicha que no merece y mantener intacto su sabor. Recorrer sus calles de pueblos y ciudades a través de las imágenes que sólo puede devolverme los reportajes de televisión y seguir manteniendo la viva ilusión de que un día podré pisar su asfalto, aunque tenga que desprenderme de mi calzado a mi llegada para no estropear su magia. Porque era uno de mis deseos futuros, un sueño por cumplir, casi una promesa, pese a que estuviera guardado en un cajón o en la carpeta de adelanto, como todas estas líneas.

Ahora sí, emularé a quienes saben y colocaré un cerdito de escayola en mi cocina, con la leyenda: "Destino Japón". Con el recuerdo de que los sueños deben cumplirse, de la necesidad de afanarse y luchar por conseguir crecer y mejorar cada día. Porque sé que Japón, cual avez Fénix, conseguirá resurgir de nuevo de sus cenizas. Y nos darán un nuevo ejemplo de superación. Y nos enseñará una nueva moraleja, como si de un haiku se tratara. Y volverá a ser lo que era. Porque, en esta vida, es fundamental creer y yo creo ciegamente en ellos. Porque deseo enormente ofrecerles un sincero "Konnichi wa" (saludo) y un eterno "arigato" (gracias).

4 comentarios:

  1. 七転び八起き (Nanakorobi yaoki)

    "Caerse siete veces y levantarse ocho".

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  2. Ése en el espíritu. Gracias por compartir este proverbio. Es toda una delicia.

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  3. Me sumo a tu deseo, de que todo se solucione, y a tu ilusión por viajar a ese maravilloso país. Para Manolo era un buen destino para el pasado mayo pero yo, tonta de mí, no lo quise. Aunque tras la experiencia vivida en otras tierras asiáticas, me despertó el gusanillo y se ha convertido en un destino deseado para algún momento de la vida.

    En cuanto a Galiana... es uno de los profesores que más me costaba entender y que más me ha enseñado. Sus críticas, ironía y sin sentidos, para una joven de 20 años, adquirieron relevancia muy pronto, tras la masacre del 11 de marzo en NY. Curioso que sus palabras sean comprensibles en las tragedias, ¿verdad?

    Un beso

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  4. Nunca me había atraído Asia, pero mis preferencias comenzaron a cambiar en el último año. Algún día conoceremos esa maravillosa tierra que hoy sufre una auténtica tragedia.

    Pues sí, Galiana también reaparece en mi mente cuando sucede alguna tragedia. Quizás, porque el discurso que él nos hizo analizar también se vuelve trascendental cuando hay cosas demasiado peliagudas que narrar. C'est la vie.

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