viernes, 21 de enero de 2011

Despidiendo a una vieja amiga


Hoy ha venido a despedirse. Estaba sentada a los pies de la cama cuando he abierto los ojos a la apertura de la mañana. Me miraba, atenta, silenciosa, como se mira a alguien por última vez. A través de los primeros rayos de luz que penetraban por la ventana, he conseguido deducir su rostro, sus rasgos, su pureza. Ése que he contemplado tantas y tantas veces. Ambas nos hemos sonreído con esa mueca nerviosa que se dibuja en nuestra cara cuando tenemos que decir adiós. Sin mediar una sola palabra, nos lo hemos dicho todo. Con sólo una mirada, con un gesto, con una sonrisa, con sólo un encuentro. El último. El definitivo.

Mientras desayunaba, hemos recordado todos y cada uno de los momentos que hemos pasado unidas, como hermanas, inseparables. Nos conocimos cuando aún me preparaba concienzudamente para obtener mi permiso de conducir, justo en el momento en el que me adentraba en mi segundo año de carrera, entre conferencias de Alfonso Sastre y Fernando Arrabal, exámenes del primer semestre, análisis de discursos varios, misceláneas de una carrera polifacética, variada y escasa. Eran tiempos de ilusiones por aprender, por comenzar a volar, salir del nido, por experimentar la vida, para forjar un destino, por comenzar a conocernos. Ser nosotros mismos. Ni más. Ni menos.

Juntas, dimos nuestros primeros pasos en el mundo laboral, en uno de los mejores rotativos en los que puedes bautizarte. Conocimos la miel de las ilusiones y la hiel de las decepciones, pero siempre unidas al afán de superación. Así finalizamos la carrera y obtuvimos nuestro primer contrato, primero en prácticas, después profesional y, de ahí, en ascenso dentro de una escala con un techo demasiado pequeño, poco exigente y desagradecido. Obtuvimos nuestros primeros reproches y, también, los correspondientes golpecitos en la espalda. Viajamos, pero también nos enclaustramos. Conocimos a mucha gente conocida y también a otros que no lo son tanto, aunque su cercanía merecen aún más la pena. Nos forjamos como personas, como profesionales, a base de vivir el día a día. Caminar y levantarse.

Mientras me arreglaba el pelo, ha recordado la entrega de llaves de nuestro piso y sus reformas. La multitud de visitas, dedicación, esfuerzo, ilusiones y minutos invertidos en la decoración de nuestro hogar, que ahora oteamos con la satisfacción con la que unos padres miran a un hijo. Desde aquel sofá perdido en la deriva solitaria de un salón ausente, hasta la última adquisión que abriga nuestro lecho cada noche. Mil detalles minuciosamente escogidos, mil anécdotas surgidas en torno a su dedicación, la construcción de una vida.

Me ha prestado su maquillaje, al tiempo que sonreía recordando el guiño que me devolvió desde el espejo cuando acabaron de colocarme aquel velo de seda. Ese día, me sostuvo con ahínco la mano y me miró a los ojos sin que hicera falta nada más para comprender que su bendición siempre iría conmigo. Me acompañó en el inicio de mi mi nueva vida, en mis primeros pasos en el nuevo hogar, en el cambio de ciclo, en la madurez, en el resurgir de un día a día. Al igual que lo hizo en el nacimiento de los nuevos miembros de la familia y, también, en las más dolorosas de las pérdidas. Ha estado a mi lado, día a día, con lluvia y sol, con alegría y tristeza, con paciencia, con dedicación, con ambición, con dulzura, con amargor... durante largos e intensos, aunque cortos y pasajeros diez años.

Hoy me toca decirle adiós, con la promesa inefable de que jamás podré olvidar su compañía. Con el agradecimiento de todos y cada uno de los momentos que me ha permitido vivir a su lado. Con el consiguiente desconsuelo que supone la pérdida de algo que no se recuperará jamás. Porque este adiós es para siempre. Eterno. Definitivo. Y toca despojarme de su aroma, y olvidarme de su presencia, y desprenderme de su cercanía, y alejarme. Porque hoy será el último día que nos veamos, porque hoy es mi último día a su lado, porque, a partir de mañana, estrenaré una nueva y desconocida década. Adiós, para siempre, querida y amada veintena.


8 comentarios:

  1. Y pensar que se fue en un suspiro...

    Sabía que era imposible pero me hiciste pensar en cierta pelirroja desquiciada.

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  2. Es cierto, ella llegó justo en ese momento, pero esta amiga es metafórica. La pelirroja no sonríe, aunque no pare de hacerlo continuamente.

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  3. Eva, desde que he leído el título me he puesto a llorar. Es precioso.

    No sólo ha sido bonito recordar todos esos pasos, además has hecho que yo también haga el mismo recorrido, compartimos tantas experiencias (incluso del guiño tras colocar ese maravilloso velo).

    Estoy segura que la próxima década será también maravillosa y espero recorrerla, igualmente, contigo.

    Un beso y un anticipado FELICIDADES!!

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  4. ¡Qué buena eres! Chapeau!

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  5. He estado preguntándome, mientras leia ¿quien será? esa amiga..Es genial no imaginas ni por un momento a que te refieres en realidad.
    No temas la proxima decada es aun mejor.
    Un beso. Marga

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  6. Me ha encantado Eva. Seguro que la siguiente década será también maravillosa.

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  7. David Martín Lozano13 de abril de 2011, 13:43

    Chapeau!! Bueno, según la RAE, ¡chapó!

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  8. Si la RAE lo permite, yo también lo prefiero en español.

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