lunes, 17 de enero de 2011

Ante nuestro mar de niebla


Cae la tarde sobre el Atlántico este mientras el sonido de los pájaros se aleja junto a la oscuridad. Bravo, enérgico, solitario, único, se muestra ante nuestras pupilas sin ningún tipo de pudor ni osadía. Brama, gruñe, se enfurece al ritmo de olas gigantecas propias del mes de enero, del invierno, del viento gélido y cortante. El sol se esconde tímidamente y va dando paso al horizonte infinito que se funde con la lejanía del océano. Ya son sólo uno. Todo inmensidad.

Le observo encaramado en la cima de aquel montículo, mitad duna, mitad cantil, mientras la brisa nocturna comienza a abrirse paso entre nuestros cuerpos. Me da la espalda, me gana en altitud y enmudece ante la majestuosidad de la estampa que se alza frente a su figura. El océano. Sólo el océano y él, frente a frente. Permanezco inmóvil ante el miedo de romper tan sólo un ápice de ese instante. Casi no respiro. Me mimetizo con la naturaleza, con el romero que inunda el paseo marítimo, con las malas hierbas que se escapan de las lluvias y los temporales, con la grava, con la arena.

Y lo recuerdo, y lo rememoro, aquella estampa me trae a la memoria el Romanticismo alemán y la obra de Friedrich, pese a que éste ya no sea el siglo XIX y él no use botas altas, levita ni bastón. Aunque no seamos caminantes sobre mares de nieblas, ni nos encontremos en la Suiza de Sajonia. En cambio, también usamos el escapimos para alejarnos de la redundante realidad y nos fundimos con ese océano bravío como aislamiento físico y espiritual. Alejados del mundanal ruido. Y enfurece estrellando sus olas sobre la arena solitaria, paciente, ausente.

A lo lejos se oyen los ladridos de algunos perros, tal vez porque nos han oído. Quizás, porque les asuste las voces enérgicas que expulsa el océano. Igual, porque también quisieran ser caminantes sobre mares de nieblas y formar parte de ese cuadro de Friedrich que yo ahora rememoro y reelaboro en mis pupilas. De espaldas, inmóvil, frente al mar. Un instante mágico, único.

Y abandona su atalaya, y me muestra su sonrisa y me toma de la mano y nos alejamos en la noche frente al sonido del océano, ante la sinfonía de las olas, con la brisa marina, bañados del perfume de romero. Mientras los perros ladran a lo lejos.

2 comentarios:

  1. Qué maravillosos son los paseos junta al mar....

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  2. Sobre todo, cuando no puedes disfrutar de ellos cada día. Un beso.

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