martes, 15 de enero de 2013

La suave danza de mi princesa




Echo de menos ser yo y mi vida. Echo de menos caminar sin cansarme y comer con apetito. Anhelo mi vientre plano y una cintura que ya casi ni recuerdo. Añoro hacer abdominales y ejercitarme hasta la extenuación. Echo de menos la actividad y el ritmo frenético e incansable, olvidarme de comer sin desmayar, olvidarme de mí para afanarme en lo otro. Recuerdo con deseo las pocas horas de sueño y el despertarme de noche pensando en el día siguiente. Anhelo mis clases y su palpitar vertiginoso, los cafés exprés en la pausa, las conversaciones infinitas en la sala de profesores, las actividades del programa cultural, las excursiones. 

Quiero volver a percibir aromas sin que las náuseas se apoderen de mí. Disfrutar del mercado. Comer verdura y saborear una ensalada. Deseo que mi cocina vuelva a ser una aliada y que no me maree su entorno con sólo franquear el dintel de la puerta. Palpar los sabores sin que mi paladar se convierta en la acidez personificada. Testar un café, que me apetezca la comida basura, que el dolor de estómago sea una excepción y no una rutina, comer sushi y jamón recién cortado, beber una cerveza o una copa de vino. Acudir a la plaza del Salvador sin preocuparme el dolor de estómago por estar de pie. Ser fuerte como un roble y subsistir con lo mínimo.

Echo de menos leer y escribir, y tener ganas para hacerlo. No tener que visitar el baño en horas infinitas y sentarme delante del ordenador sin que me duelan las costillas como me sucede en este preciso instante. Valerme por mí misma sin necesitar a nadie y salir de casa sola sin que el miedo al suceso se apodere de mí. Sentirme útil y no una carga. Tener iniciativa y no dependencia. Volver a la talla 38 y calzarme unos tacones si me viene en gana. Recuperar mi ropa, mi espíritu, mi actividad, mi energía. Ser yo de nuevo. Regresar.

Anhelo todo lo que tenía menos tu ausencia. Porque el dolor, la incomodidad, el peso, las náuseas, la incontinencia, la pasividad, el cansancio y la angustia se convierten en mera importancia cuando te percibo, cuando me muestras que continúas ahí con unas tremendas ganas de ser también un futuro. Tu golpeteo constante me hace esbozar una sonrisa y no hay malestar mundano que cambie mi felicidad cuando te siento. Eres el premio de cada día, el balance positivo de mi nuevo devenir, el galardón de este ciclo molesto. Apenas hemos comenzado a conocernos y ya eres el ser que ocupa mis horas y mi pensamiento. Ya sé que no puedo vivir sin ti y, pese a todo, es difícil saber cómo lo había hecho hasta ahora.


Sigue danzando, princesa, que no hay melodía más celestial que sentir la caricia de tus pasos. Te quiero pequeña.

2 comentarios:

  1. David Martín Lozano17 de enero de 2013, 8:56

    ¡Qué bien!, sólo me siento identificado con los dos últimos párrafos :)

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    1. Eso es lo positivo para vosotros, aunque negativo al mismo tiempo. Me encanta compartir esta experiencia con vosotros.

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