martes, 9 de octubre de 2012

Tu primera carta

Sentada en la inmensidad silenciosa de mi salón, no puedo hacer otra cosa que mirar a mi alrededor. Desde una esquina, ella me observa con admiración. Siempre lo ha hecho. Durante sus casi once años de vida, durante los más de diez años que lleva conmigo. Y aún me pregunto por qué. El cansancio de la vida puede con ella cuando permanece en el calor del hogar. Pero no me entristece, porque vuelve a rejuvenecer con tan sólo atravesar el ecuador de la puerta. Entonces sigue siendo ella, en estado puro.

Parece que es consciente de estas líneas porque, aún apresada por el intenso sueño que vuelve rojiza su retina, continúa observando, perdida en el vaivén de su respiración sosegada. Me observa, siempre me observa. Fiel servidora, gran amiga, agradecida siempre.

Suena el cláxon de un automóvil en la lejanía de la calle, y el transitar de muchos otros por la gran avenida. Algún avión que llega o sale. Puertas de garajes que se cierran o se abren. Alguna conversación pasajera. El ascensor. Una llave que hace girar una cerradura cualquiera. El canto de un pájaro. La vida misma.

Todo eso, mientras tú creces en mi interior, con la misma fuerza con la que llegaste. Aún no puedo sentirte, pero te siento cerca cada día. Como intuí tu presencia allá por el caluroso estío que aún se resiste a abandonarnos. Porque te has empeñado en conocer toda esta trivial escena que ahora te describo. Porque te has aferrado con ahínco a la vida sin ser consciente aún de lo que significa. 

Con la misma insconciencia con la que ella me observa desde su rincón. Mientras el transitar de los coches se sucede y los pájaros continúan cantando. Es la primera vez que te escribo abiertamente. Por la primera de muchas. Te esperamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario