domingo, 2 de octubre de 2011

El señor del automóvil del color del café

Hoy he visto tus manos reflejadas en mis manos. Ha sido un gesto casi impredecible, inesperado, en el ecuador de una intensa clase de preparación a los mundos oníricos de Platón. Ya todo me cansa porque he perdido la fe en aquel futuro mejor. Por eso, me abandonaba en un suspiro y apartaba el bolígrafo azul de tinta rápida, cuando te he visto reflejado en mí. No ha hecho falta recuperar la imagen de tu rostro, ni recordar tu voz, ni acudir a aquel aroma que mantengo guardado en un delicado rincón de mi alma. Sólo he observado mis manos, por un instante, en un acto trivial, intrascendental, y ahí estabas.

Siempre te gustó apretar con fuerza mi mano, mientras esbozabas una mueca de fuerza que siempre confundí con tu inmenso cariño. Mis pequeños cinco dedos se hundían, naufragaban en el interior de una experta mano, cultivada por el trabajo de la tierra, por los callos de la labranza, por las grietas del dolor, por la vida misma. El hoy y el ayer, el ayer y el mañana. Lo nuevo y lo viejo. Y ayer, cuando observaba mi mano, más adulta, cansada y alejada de lo que fue, supe que aquel apretón de manos con el que siempre solías saludar, ha conseguido que permenezcas en mí para siempre, por transferencia, por el más limpio amor fraterno.

Oteo la blanca tez del revés de mi mano, salpicada de casi imperceptibles pecas minúsculas y tostadas, la tenue fuerza de las venas azuladas y el pliegue rugoso que nos da la edad, y te observo. Sé que te echa de menos y que daría cualquier cosa por perderse en tus brazos, por buscar el cálido apoyo de tu hombro, la palmadita en la espalda, la sonrisa que le transfiera felicidad, el apoyo de un padre que se ganó su título con total legalidad y que yo casi desconozco. Sé que tiene cosas que contarte, consejos que reclamarte y disculpas que sacudirse. Sé que necesita el ancla que le permita situarse y abandonar esa marea que le lleva a la deriva.

Fuiste paz en vida, has sido paz en la muerte y sigues transmitiendo paz desde cualesquiera rincón dónde ahora tienen el privilegio de contar con tu presencia. Hablabas sin verbalizar, ayudabas sin advertirlo y te marchastes sin ni siquiera querer entrometerte en nuestras vidas, sin parar el ritmo de nuestros relojes, cuando cae la tarde.

Mientras escribo estas líneas, y tecleo las negras piezas de mi fiel ordenador, continúo hablándote de cerca, porque vuelvo a verte, en el claro cielo de mis venas, perdido en el punteo que decora mi piel hasta las muñecas, luciendo un color tan blanco como la desconocida nieve. Sin la dureza que otorga la tierra, esa tierra que hoy agradece tu entrega, esa tierra que hoy te ha guardado en sus entrañas. 

Y sé que me esperas en la puerta de aquel automóvil de color café, con olor al desconocido tabaco Diana, emitiendo una sonrisa que engloba a todas las palabras, aguardando tu fiel apretón de manos... Buenas noches, siempre, abuelo. 

3 comentarios:

  1. Siempre consigues emocionarme. Preciosas palabras a tu abuelo. Felicidades.

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  2. ¡Qué grande! No es la primera vez que le dedicas un post a tu abuelo y no es la primera vez que haces que vuelva a identificarme contigo sin apenas conocerte. El dolor de la ausencia merece la pena por haberlos tenido y exprimido. ¡Qué grande, sí, Señor!

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  3. Has conseguido hacerme llorar... yo también lo echo de menos...

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