lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi lugar en el mundo

El despertador ha sonado a las 6:15 de la mañana, madrugada o último tercio de la noche. Una vez más, abandono a Morfeo para ahondar en la inmensidad de mi conciencia, regresar a la realidad y recordar, con tan sólo unos segundos de margen, el lugar del mundo que ocupo. Demasiados documentos repletan mi manido escritorio, con un sin fin de vertientes distintas, corrientes de diferentes aires pero con un marcado acento en la misma dirección. Hoy me he prometido abandonar las cábalas, las reflexiones, las mil y una vueltas a las que someto mi sistema mental, mi esquema panorámico del mundo. Tomo aire fresco y me dispongo a inaugurar una mañana que aún no se ha despedido de sus sábanas. La luna, redonda, inmensa, brillante y sabia nos anuncia el camino. Aún no ha querido marcharse.

Me gusta construir las calles de la ciudad cuando la ciudad aún no está construida. Estrenar el paseo de una calle que repetirán miles de personas en un mismo día. Vislumbrar la oscuridad del cielo con la estridente luz que despiden los coches, los semáforos y todos aquellos elementos que guardan insomnio en la madrugada. En cada madrugada. Mientras me sirvo a mi antojo de la tecnología y abandono mi camino a pie, me pregunto cuándo se para todo. En qué momento echamos con ahínco nuestro freno de mano, levantamos el pie del acelerador, desplegamos nuestras alas y nos dejamos llevar hacia el futuro con la ayuda del impulso que hemos ido adquiriendo, almacenando, guardando con el paso de los años. Sin embargo, tengo la percepción de que este momento aún se mantiene en espera, ansiando ampliar sus arcas, aumentar su caudal, sumando.

Me he prometido no pensar ni lamentarme, no hacer planes y esquemas mentales de lo que será, simplemente, vivir el momento. Y ese momento me indica que he llegado a la estación de destino, y que allí me espera el bullicio a cuentagotas que comienza a nutrir el centro de la ciudad, el mágico centro de mi entorno, con su propio palpitar, con su propia vida. La decena de puestecillos que decoran la antesala del ayuntamiento me indica que la ciudad ha comenzado a abandonar el verano, contradiciendo lo que aún nos marca el termómetro, lo que aún nos determina nuestro reloj. Mercadillos solidarios que darán paso a ferias de libros antiguos y de artesania, cuando se adentre de lleno el otoño y el alba descafeinado nos apunte la cercanía de la Navidad.

Sólo nos queda aferrarnos al presente, a las baldosas que enlosan el suelo que en este instante piso, al sabor de la fruta que acabo de degustar, al aroma de café que no he dejado de percibir, a los sones de la música que comienza a sonar, a los ecos de esa clase que acabo de impartir, a la textura de ese libro que acabo de comprar. No sea que despierte y descubra que todo ha sido un sueño, que todo lo he soñado y tenga que volver a recordar, en tan sólo unos segundos, cuál es mi verdadero lugar. 

2 comentarios:

  1. Tu post me recuerda a un anuncio del Metro de Madrid que me encanta. Échale un vistazo si te apetece: http://youtu.be/c3t9finVFdg

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  2. La magia puede estar en cualquier parte. Qué lástima que no tengamos tanta imaginación ni energia desde tan temprano. Me ha encantado el anuncio. Todos hemos bromeado sobre ese tema alguna vez. Mil gracias por estar ahí. Por ocupar tu lugar. Besitos.

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