lunes, 8 de noviembre de 2010

Soñando con la realidad


Suelo soñar a menudo. Cada noche. Y, además, tengo la virtud o la desgracia de recordar casi con detalle todo aquello que navega por mi imaginación mientras duermo. Historias inverosímiles, poco creíbles, temibles, a veces, demasiado agradables... Personas que conozco o desconozco, rostros que una vez tuvieron cabida en mi pupila, otros, que se encuentran perennes en mi percepción diaria.

Sin embargo, cada mañana, al despertar, me veo obligada a tomar unos segundos para poder situarme en mi vida, contextualizarme, recordar quién soy. Como si la noche me hubiese mantenido a años-luz de mi propia existencia. Debo recordar dónde me encuentro, por qué, quién permanece cerca, desde cuándo... y todos aquellos detalles que me devuelven la luz a un nuevo día. No obstante, la gota más amarga aparece en mi garganta cuándo tengo que recordar cuál es la misión de ese nuevo día, cuál es mi cometido, dónde estoy, hacia dónde me dirijo. Y tengo que tragar con fuerza para poder digerirla cuanto antes sin apenas notar su sabor.

Hay días que me contento con la simple idea de trazar un pensamiento en este blog, otros, en los que la realidad me viene demasiado grande para poder calzármela, para moldearla, para dominarla. Hay mañanas que amanecen con los ingredientes necesarios para una motivación sin extremos, con todo el ansia posible por cambiar el mundo, partiendo siempre por uno mismo. Otras, en cambio, se tornan pesadilla y clavan la luz del día como pudieran hacerlo un puñado de alfileres y cristales.

Días en los que me hablo en voz alta, sin complejos a explicarle al mundo quién soy y adónde me dirijo. Otros, en los que preferiría ser invisible y pasear a lo largo y ancho sin que nadie pudiese verme, sin que nadie pudiese pararme, observarme y cuestionarme. Cada vez me cuesta más explicar mi vida. No hay día que alguien me interrogue, me pida explicaciones, espere los detalles. Y yo relato mi perorata, ya casi memorizada a base de la repetición, endulzada, manipulada a mi antojo, como si tuviera que esperar el consentimiento de todo aquel que escucha. No es fácil hablar de tu vida cuándo ni siquiera tiene sentido para ti. Y termino mi discurso y el que escucha asiente o permanece impasible o cambia de tema o quiere conocer más de lo que yo misma desconozco. Y siento como se clavan los alfileres, como vuelvo a la realidad.

-"¿Y mañana qué?".

Mañana será otro día, después de disfrutar o padecer un sueño, de recordar con nitidez o levemente los detalles. Mañana volveré a despertar, continuaré encontrándome y podrá ser una buena o mala jornada. Pero no quieres saber más de lo que nadie sabe, no esperes que te cuente lo que ni siquiera yo sé. No preguntes por una vida ajena que incluso a mí me cuesta dislucir si es la mía.

3 comentarios:

  1. Aguanta ahí pequeña, nadie dijo que fuera fácil, pero tu eres más lista!

    Un beso!

    ResponderEliminar
  2. Qué cierto es lo que hoy describes. Qué difícil es saber contestar a los demás cuando ni siquiera tú conoces la respuesta.
    El trazado de este nuevo camino es complicado y somos nosotros quien debemos de decidir su dirección. Mucho ánimo y si te sirve de consuelo yo ando en la misma situación.

    Un beso enorme

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias por estar ahi, y por comprenderme. Nadie dijo que fuera fácil, no, pero es costoso. Un besazo.

    ResponderEliminar