Apenas restan unas horas para que salgamos de viaje. Aún no he preparado el equipaje, aunque he pensado con detalle en mis lecturas. Apenas restan unos minutos para acabar con la soledad que me envuelve desde el mediodía, cuando dejé a Nala atrás, con su mirada triste. Ya la echo tanto de menos...
Como en los prolegómenos a cualquier salida, aún no he programado mi mente para la que se avecina. Apenas restan unos minutos para que la vorágine entre en mi vida. Búsqueda de maletas, selección de ropa, repasar la memoria una y otra vez para no dejar nada olvidado en el tintero. Aún recuerdo como mi madre anotaba lo imprescindible en una hoja de cuartilla cada verano: las sandalias de tiras, el bañador verde, la toalla...
Tengo anotados cientos de nombres pertenecientes a una tierra que no he pisado jamás. Todos tienen una imagen asociada en mi mente, imagen que se borrará en los próximos ocho días, cuando comience a colocar las fichas correctas en cada recuadro. A partir de esta semana, La Rioja y el País Vasco tendrán un sentido distinto para mí, como sucedió con Asturias, como ocurrió con Cantabria. Siempre el norte de España...
Ya tenemos reserva para visitar los monasterios de Yuso y Suso, cuna del castellano. Han anotados nuestros nombres para conocer la bodega El Fabulista, que descansa en las entrañas de la casa donde nació Felix María de Samaniego, aquel escritor del XVIII que tantas letras comparte con mi apellido. Y aún quedan algunos asuntos que resolver, pero que apenas necesitan unos minutos. Minutos que demoro por suspense, por intriga, por ofrecer emoción al día.
Recorreremos la vía de la Plata que tanto significado tiene ya para nuestro pasaporte imaginario. Aún no lo hemos fijado pero, con toda seguridad, el desayuno tendrá lugar en Monesterio, porque es una tradición no escrita que ya hemos marcado en nuestras vidas. Y, desde tierras extremeñas, nos adentraremos en Castilla, donde nos espera la primera parada y la familia, la que está lejos, la que tanto se añora.
Apenas restan unos minutos para que comience la acción, para que se desate la locura, para que el tiempo vuele y acampe a sus anchas y, mientras eso sucede, me recreo saboreando una y cada una de estas letras, me sumerjo tecleando mi portátil... Y suena el timbre de la pausa, la alarma de mi recreo, el sonido de una llave en la cerradura, la melodía de las bisagras de la puerta... Allá vamos La Rioja, una tierra con nombre de vino. A tu salud.
Como en los prolegómenos a cualquier salida, aún no he programado mi mente para la que se avecina. Apenas restan unos minutos para que la vorágine entre en mi vida. Búsqueda de maletas, selección de ropa, repasar la memoria una y otra vez para no dejar nada olvidado en el tintero. Aún recuerdo como mi madre anotaba lo imprescindible en una hoja de cuartilla cada verano: las sandalias de tiras, el bañador verde, la toalla...
Tengo anotados cientos de nombres pertenecientes a una tierra que no he pisado jamás. Todos tienen una imagen asociada en mi mente, imagen que se borrará en los próximos ocho días, cuando comience a colocar las fichas correctas en cada recuadro. A partir de esta semana, La Rioja y el País Vasco tendrán un sentido distinto para mí, como sucedió con Asturias, como ocurrió con Cantabria. Siempre el norte de España...
Ya tenemos reserva para visitar los monasterios de Yuso y Suso, cuna del castellano. Han anotados nuestros nombres para conocer la bodega El Fabulista, que descansa en las entrañas de la casa donde nació Felix María de Samaniego, aquel escritor del XVIII que tantas letras comparte con mi apellido. Y aún quedan algunos asuntos que resolver, pero que apenas necesitan unos minutos. Minutos que demoro por suspense, por intriga, por ofrecer emoción al día.
Recorreremos la vía de la Plata que tanto significado tiene ya para nuestro pasaporte imaginario. Aún no lo hemos fijado pero, con toda seguridad, el desayuno tendrá lugar en Monesterio, porque es una tradición no escrita que ya hemos marcado en nuestras vidas. Y, desde tierras extremeñas, nos adentraremos en Castilla, donde nos espera la primera parada y la familia, la que está lejos, la que tanto se añora.
Apenas restan unos minutos para que comience la acción, para que se desate la locura, para que el tiempo vuele y acampe a sus anchas y, mientras eso sucede, me recreo saboreando una y cada una de estas letras, me sumerjo tecleando mi portátil... Y suena el timbre de la pausa, la alarma de mi recreo, el sonido de una llave en la cerradura, la melodía de las bisagras de la puerta... Allá vamos La Rioja, una tierra con nombre de vino. A tu salud.
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