lunes, 19 de abril de 2010

Siempre nos quedará París.


Han pasado casi seis meses desde que regresamos de la "Ciudad de la Luz", de aquel viaje iniciático hacia el interior de mí misma. Una visita puntual que significó un antes y un después, un punto de inflexión en mi nueva vida. Un motivo más para aferrarme a mi nueva decisión. Un ejemplo más, si ello fuera necesario, de mi abandono, mi actual naugragio y las muchas millas que llevo nadando para llegar de nuevo a la orilla, a la playa adecuada, a la tierra verdadera y adecuada. A mi verdadera vida.

Han pasado seis meses desde que abandonamos el símbolo del Modernismo, via Charles de Gaulle pero, con sólo tornar un poco los ojos, con abstraerme tan sólo unos segundos de la realidad, puedo rememorar, casi de forma sinestésica, como nos detallaba el propio Baudelaire, las mil fomas y sentidos de las calles de París. Sólo me hace falta parar un momento para que la fresca brisa del Sena vuelva a golpearme levemente el rostro. Abandonar un instante los sentidos para pasear sin prisas desde Victor Hugo hasta los Campos Elíseos y sentarme a descansar en la Madelaine.

Pienso que la primavera, al igual que los albores del otoño que nos tocó vivir, seguirá siendo gélida en la capital francesa y, por este motivo, he vuelto a incluir aquel gorrito de lana que adquirí en las inmediaciones de Notre Dame, justo cuando la magia del corazón parisino comenzaba a embaucarnos, abrigarnos y dirigirnos hacia la maravilla de una ciudad infinita, compañera del alma, punto de destino y siempre retorno. "Siempre nos quedará París", afirmaban en aquella película de culto. Y yo vuelvo a dejar abierto el billete de regreso, aunque vuelva a sumergirme en su atmósfera siempre que estimo oportuno, cada vez que lo necesito, sólo con cerrar los ojos y dejar volar mi imaginación.

Cuando comienzo a visualizar la recta final, justo cuando empiezo a preguntarme cómo hemos gastado el tiempo con tremenda premura, vuelvo a recordar París. Quizás, observo los Campos Elíseos como la meta, al igual que nuestros mejores ciclistas ante sus mejores hazañas. Tal vez, porque las líneas de mi repleta documentación me lleven una y otra vez hasta la capital del Sena por sus numerosas veredas. Todos los caminos conducen a Roma, para mí, también a París. Puede ser, que se convierte en el premio a mi afanada tarea, con independencia del galardón que obtenga tras la prueba de fuego.

Sea como fuere, París ha quedado impregnada en mi retina, en mis sueños, en mi día a día, en los mejores acordes, en las embriagadoras melodías, en las ilusiones idealizadas, en mi pasado, presente y futuro. Y opto por concluir estas reflexiones sentada frente a la Torre Eiffel o tomando un café en la plaza del Museo Pompidou, mientras poso para un pintor en Monmartre o saboreando un chocolate muy caliente en Victor Hugo... y todo eso, sin salir de casa.





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