Un día apareciste en mi vida, de la nada. Me llamaste desde una esquina, a lo lejos, y yo me acerqué para conocerte. Me contaste mil historias, al oído, y yo te escuché muy atenta, casi sin parpadear, por miedo a interrumpirte, por temor a romper la magia. Quisiste que fuésemos amigos y, desde entonces, me embrujaste, me encandilaste, me enamoraste. Fuiste el guía de mis pasos. Ya nada fue lo mismo para mí. Tenía un objetivo, alcanzarte.
Aún era demasiado pequeña para rozar tu altura y me dediqué a crecer siguiendo tu estela. Maduré manteniéndote en mis pensamientos, me formé leyendo tus preferencias y, cuando tuve la primera oportunidad, declaré en voz alta, sin miedo, que lucharía por ti, costara lo que costara, a cualquier precio. Entonces, intenté adaptarme al molde que me pedías, superar las pruebas que me ofrecías; prácticamente, besar el suelo por el que pisabas. Ser digna de ti. Y derramé lágrimas, sudor y sangre por demostrarte mi valía, me afané, nunca di nada por perdido. Y te alcancé, te conseguí.
Aún recuerdo nuestra primera cita, repleta de nervios, muchos nervios; y dudas, muchas dudas. Aquel mundo con el que había soñado tantas veces, tu mundo, se abría de par en par para mí. Y entraba de puntillas, casi rozando el suelo, por miedo a errar en el primer paso, por temor a equivocarme, con la única idea de ganarte poco a poco, sin prisas, a fuego lento.
Desde entonces, y aunque nuestra relación se fue afianzando, no pudimos evitar algunas crisis, esporádicas, momentos de debilidad, de escepticismo, de desconfianza. Hubo tardes de glorias y noches de cuchillos largos. Tejimos ocho años de convivencia, de unión, de una intensa relación en la que creímos ambos. Apostamos fuerte, perdimos y ganamos, crecimos el uno con el otro. Vivimos los avances y las pérdidas, aprendimos juntos.
Todo acabó el 22 de septiembre de 2009. No fue una decisión precipitada. La maduré con paciencia. Mandó la razón y, por qué no, también las vísceras. Puse punto a una relación que ya estaba deteriorada, que comenzaba a resquebrajarse, a pudrirse. Quizás, no fuiste lo que esperaba, todo aquello con lo que soñé. Tal vez te idealicé, te magnifiqué, te inventé y retoqué a mi antojo. Te di mucho más de lo que me ofreciste. Me fallaste. Pero te dije adiós y te vi sonreir. Me susurraste algo al oído, como aquella tarde. Me observaste con orgullo, con actitud paternal y te resististe a soltarme la mano, a dejarme marchar. "Volverás", leía en tu rostro, "me perteneces, te pertenezco".
Jamás podré olvidarte, aunque ya no te echo de menos. Sé que te tengo muy cerca, más de lo que pensaba. He vuelto a citarme contigo en este blog, porque es así como yo te siento, y sé que algún día volveremos a unir nuestras manos, en otro contexto, en un escenario distinto, con otros personajes a nuestro alrededor. Volveré a encontrarme contigo, con el auténtico, con el que siempre imaginé, con el que soñé. Sin adulteraciones, sin enigmas, sin malintenciones. Pero ya nunca será una relación de amor, de plena entrega. Seremos amigos y nos veremos por casualidad, con citas intermitentes, por el puro placer de mantener la amistad.
Porque sé que nos pertenecemos, que estamos condenados a enlazar nuestros caminos, a observarnos a espiarnos. Entonces, te estrecharé la mano, nos daremos unos minutos, tal vez horas, para cruzar nuestras impresiones y ponernos al día. Y, entonces, seguiremos nuestros pasos por calles distintas, por mundos diferentes, sabiendo que habrá otros pequeños encuentros en nuestras vidas. Aunque sin ser nunca lo mismo. Desde la distancia.
Porque siempre seremos un punto y aparte, amigo Periodismo.
Aún era demasiado pequeña para rozar tu altura y me dediqué a crecer siguiendo tu estela. Maduré manteniéndote en mis pensamientos, me formé leyendo tus preferencias y, cuando tuve la primera oportunidad, declaré en voz alta, sin miedo, que lucharía por ti, costara lo que costara, a cualquier precio. Entonces, intenté adaptarme al molde que me pedías, superar las pruebas que me ofrecías; prácticamente, besar el suelo por el que pisabas. Ser digna de ti. Y derramé lágrimas, sudor y sangre por demostrarte mi valía, me afané, nunca di nada por perdido. Y te alcancé, te conseguí.
Aún recuerdo nuestra primera cita, repleta de nervios, muchos nervios; y dudas, muchas dudas. Aquel mundo con el que había soñado tantas veces, tu mundo, se abría de par en par para mí. Y entraba de puntillas, casi rozando el suelo, por miedo a errar en el primer paso, por temor a equivocarme, con la única idea de ganarte poco a poco, sin prisas, a fuego lento.
Desde entonces, y aunque nuestra relación se fue afianzando, no pudimos evitar algunas crisis, esporádicas, momentos de debilidad, de escepticismo, de desconfianza. Hubo tardes de glorias y noches de cuchillos largos. Tejimos ocho años de convivencia, de unión, de una intensa relación en la que creímos ambos. Apostamos fuerte, perdimos y ganamos, crecimos el uno con el otro. Vivimos los avances y las pérdidas, aprendimos juntos.
Todo acabó el 22 de septiembre de 2009. No fue una decisión precipitada. La maduré con paciencia. Mandó la razón y, por qué no, también las vísceras. Puse punto a una relación que ya estaba deteriorada, que comenzaba a resquebrajarse, a pudrirse. Quizás, no fuiste lo que esperaba, todo aquello con lo que soñé. Tal vez te idealicé, te magnifiqué, te inventé y retoqué a mi antojo. Te di mucho más de lo que me ofreciste. Me fallaste. Pero te dije adiós y te vi sonreir. Me susurraste algo al oído, como aquella tarde. Me observaste con orgullo, con actitud paternal y te resististe a soltarme la mano, a dejarme marchar. "Volverás", leía en tu rostro, "me perteneces, te pertenezco".
Jamás podré olvidarte, aunque ya no te echo de menos. Sé que te tengo muy cerca, más de lo que pensaba. He vuelto a citarme contigo en este blog, porque es así como yo te siento, y sé que algún día volveremos a unir nuestras manos, en otro contexto, en un escenario distinto, con otros personajes a nuestro alrededor. Volveré a encontrarme contigo, con el auténtico, con el que siempre imaginé, con el que soñé. Sin adulteraciones, sin enigmas, sin malintenciones. Pero ya nunca será una relación de amor, de plena entrega. Seremos amigos y nos veremos por casualidad, con citas intermitentes, por el puro placer de mantener la amistad.
Porque sé que nos pertenecemos, que estamos condenados a enlazar nuestros caminos, a observarnos a espiarnos. Entonces, te estrecharé la mano, nos daremos unos minutos, tal vez horas, para cruzar nuestras impresiones y ponernos al día. Y, entonces, seguiremos nuestros pasos por calles distintas, por mundos diferentes, sabiendo que habrá otros pequeños encuentros en nuestras vidas. Aunque sin ser nunca lo mismo. Desde la distancia.
Porque siempre seremos un punto y aparte, amigo Periodismo.