viernes, 18 de enero de 2013

Gestando un alma blanca


La vida no es del color de rosa. Hay sombras, vetas grises, claroscuros que tiñen de negatividad nuestra senda, que nos frenan. A medida que nos hacemos mayores, estos obstáculos se hacen más pesados e importantes. Lo que ayer fue una nimiedad, hoy es un abismo sin fondo, un pozo sin final; una caída libre.

A lo largo de mi vida he encontrado personas con aura blanca que, hicieran lo que hicieran, siempre constituían un lazo para sacarte de tal agujero. De forma desinteresada, por simple bondad, por energía positiva. Gente de la que uno debe rodearse en cada momento. Que llegan sin avisar y que, a veces, por desgracia y vicisitudes del devenir, también se van. Pero otras, en cambio, tiñen de negro todo lo que les rodea, por simple maldad, por protagonismo, por desidia, por vaya usted a saber; pero que nos amargan la existencia sin motivo aparente ni argumento. Energías negativas que van apagando la llama blanca de los demás.

A mis casi 32 inviernos, debo decir que tengo cierta facilidad para captar estos seres confusos, que se pegan como sanguijuelas y que te hielan el oxígeno si fuera necesario. El porqué, nadie lo sabe, porque nunca hay un argumento claro, una causa objetiva, un argumento que contraatacar. Tienes algo que no les gusta porque así lo han decidido, y ese algo nunca es material y tangible, no se compra ni se vende, no se palpa ni se roba. Eres tú por ti mismo y eso les envenena por dentro. ¿Qué debo hacer para que no suceda? Nada, el problema eres tú.

Es fácil evitarlos cuando son almas peregrinas que están de paso. Sólo hay que apartarse del camino, dar la media vuelta, meditar un tanto en la cuneta o girar en la primera curva. Si te molesto, me marcho; si no te gusto, me aparto; no quiero ser un problema para aquel que me ve como tal. Sin embargo, todo se complica cuando ese ser decide quedarse y hacerse sedentario en tu circunstancia. Permanecer en tu entorno. Entonces, ¿quién nos da la solución?

Se empeñan en vaciarte el alma con una cucharita de té. Golpear sin puños. Envenenar tu estancia. Ignorar tu voz. Desplazarte. Quitar méritos a tus logros. Ensalzar tus desgracias. Dejarte en evidencia ante los demás. Estudiar tus puntos débiles para atacar sin pudor. Ponerte en contra de los que te quieren. Anularte. Y, lo que más me entristece, hacerte ver que todo sería mejor si no estuvieras. Borrarte.

Nunca entenderé este sobre esfuerzo de maldad, este trabajo inútil de contaminar el alma. Pero es superior a ellos y les puede. No saben subsistir de otra manera. Van oteando el horizonte para decidir quién es una verdadera amenaza, lo que ellos consideran un peligro. Y dan la mano a aquellos que ven inofensivos, y declaran la guerra a los contrarios.

Yo te enseñaré el color del blanco. Ver lo bueno en los demás. No desear nada de nadie que no te corresponda. A adherirte a los tuyos, a confiar en los que te quieren, a que tu alma tenga una energía positiva que irradie de luz a todos los que te rodean. Porque, aunque el llevarte dentro ahora me hace vulnerable, vas a ser la fuerza que aún me falta para siempre tirar hacia adelante. Eres mi motivo, mi porqué. Vas a tener el carácter que me falta, la fortaleza de la que carezco. Empezando por tu nombre. Y no permitiré que nadie, nunca, te haga sentir un cero a la izquierda. Ahora, sólo sueña, experimenta y nada, pequeña sirena.   

martes, 15 de enero de 2013

La suave danza de mi princesa




Echo de menos ser yo y mi vida. Echo de menos caminar sin cansarme y comer con apetito. Anhelo mi vientre plano y una cintura que ya casi ni recuerdo. Añoro hacer abdominales y ejercitarme hasta la extenuación. Echo de menos la actividad y el ritmo frenético e incansable, olvidarme de comer sin desmayar, olvidarme de mí para afanarme en lo otro. Recuerdo con deseo las pocas horas de sueño y el despertarme de noche pensando en el día siguiente. Anhelo mis clases y su palpitar vertiginoso, los cafés exprés en la pausa, las conversaciones infinitas en la sala de profesores, las actividades del programa cultural, las excursiones. 

Quiero volver a percibir aromas sin que las náuseas se apoderen de mí. Disfrutar del mercado. Comer verdura y saborear una ensalada. Deseo que mi cocina vuelva a ser una aliada y que no me maree su entorno con sólo franquear el dintel de la puerta. Palpar los sabores sin que mi paladar se convierta en la acidez personificada. Testar un café, que me apetezca la comida basura, que el dolor de estómago sea una excepción y no una rutina, comer sushi y jamón recién cortado, beber una cerveza o una copa de vino. Acudir a la plaza del Salvador sin preocuparme el dolor de estómago por estar de pie. Ser fuerte como un roble y subsistir con lo mínimo.

Echo de menos leer y escribir, y tener ganas para hacerlo. No tener que visitar el baño en horas infinitas y sentarme delante del ordenador sin que me duelan las costillas como me sucede en este preciso instante. Valerme por mí misma sin necesitar a nadie y salir de casa sola sin que el miedo al suceso se apodere de mí. Sentirme útil y no una carga. Tener iniciativa y no dependencia. Volver a la talla 38 y calzarme unos tacones si me viene en gana. Recuperar mi ropa, mi espíritu, mi actividad, mi energía. Ser yo de nuevo. Regresar.

Anhelo todo lo que tenía menos tu ausencia. Porque el dolor, la incomodidad, el peso, las náuseas, la incontinencia, la pasividad, el cansancio y la angustia se convierten en mera importancia cuando te percibo, cuando me muestras que continúas ahí con unas tremendas ganas de ser también un futuro. Tu golpeteo constante me hace esbozar una sonrisa y no hay malestar mundano que cambie mi felicidad cuando te siento. Eres el premio de cada día, el balance positivo de mi nuevo devenir, el galardón de este ciclo molesto. Apenas hemos comenzado a conocernos y ya eres el ser que ocupa mis horas y mi pensamiento. Ya sé que no puedo vivir sin ti y, pese a todo, es difícil saber cómo lo había hecho hasta ahora.


Sigue danzando, princesa, que no hay melodía más celestial que sentir la caricia de tus pasos. Te quiero pequeña.