viernes, 16 de noviembre de 2012

Tu nombre qué bien me suena





Tu nombre no es especial. Sólo para ti, porque es tuyo, porque te identifica. Porque, cuando lo escuchas, notas cómo un mecanismo interno se pone en funcionamiento y te estremeces, se acelera el corazón, percibes las pulsaciones y no puedes evitar mirar. Ese sonido que has escuchado, eres tú.

No tienes constancia de la primera vez que lo oíste porque, con un poco de suerte, ya lo escuchabas en el vientre materno. Aunque debo admitir que no fue mi caso, ya que la decisión final se hizo esperar hasta el momento del parto. Sin embargo, ya comenzó a rodearme en mis primeros minutos de vida. Nunca ha habido otro. Ésa soy yo. Mi nombre, mis apellidos.

Lo has oído con entusiasmo durante toda tu etapa educativa. Como aquel mes de septiembre de 1985 cuando, ya casi despejada la puerta de entrada, lo emitieron sin vacilaciones. Ni siquiera miré atrás, atravesé la verja y, de un golpe, me adentré en el mundo de los mayores. Era mi primer día de cole. Mientras los otros niños lloraban por perder a sus mamás. Yo me sentí mayor y responsable. Comenzaba una nueva etapa que, Dios sabe hasta cuándo durará. Porque de estudiar no se acaba nunca.

A esa lista le siguió la de acceso a Secundaria y, por supuesto, la que llegó cargada de nervios con el rótulo Selectividad. La que miraste con ahínco para saber si te habían concedido la carrera elegida -maldita la hora- y la de las primeras notas del aquel novedoso primer cuatrimestre. Le siguieron los cuatro años de Universidad y, finalmente, la triste y esperanzadora graduación. Ya eras licenciada. Ya eras una más.

Lo escuchaste entre saltos de felicidad a través de la línea telefónica cuando te anunciaron que te habían concedido las prácticas en ese periódico en el que ansiabas comenzar. Como si te hubiera tocado la lotería. Sin pensar, qué triste inocencia, que te costaría el dinero ir a trabajar porque no verías ni un mísero céntimo por tu colaboración. Pero era lo que deseabas y, aunque fuera gratis, tus sueños se convertían en realidad. Cómo ver tu nombre, nuevamente en la firma de la primera información que publicaste. A partir de aquella vendrían muchas, tantas, que a veces sólo tecleabas tus iniciales o preferías emitir la firma. 

Lo oíste a través de las ondas, con las siguientes prácticas en la radio. Incluso en informaciones digitales, cuando continuaste en otro medio audiovisual. Hasta que llegara la gran oportunidad, el primer contrato de verdad, en el ámbito deportivo -si realmente puede llamarse contrato de licenciado a aquello que firmaste y que te mantuvo durante cinco años-. Lo escuchabas, lo leías, al mismo ritmo con el que llegaba el desencanto por ese mundo que tanto te entusiasmó, con el que tanto soñaste, y que ahora se desmoronaba sobre sus propios pilares.

Y continuaste tu formación oyendo tu nombre en nuevos cursos dirigidos a la docencia, hasta llegar a aquella indescriptible prueba llamada oposiciones. Llegó cargado de aire fresco cuando iniciaste la formación para transmitir tu lengua a aquellos que ya poseen otra. Y aún, con una sonrisa, lo observas cuando pasas por el pasillo de la escuela donde permanece la imagen de todos los que forman parte de ellas.

Lo nombraron en competiciones deportivas: natación, atletismo... y cuando subiste al podio en aquel verano del 95 y te ataviaron con una inesperada medalla de plata. Y cuando te sometiste al duro examen para obtener el carné de conducir -hasta dos veces-. Y las numerosas veces que has ido al médico o que te ha tocado renovar el carné de identidad. Cuando lo nombraba con delicadeza esa persona de la que te enamoraste, y la tonalidad que le otorgó cuando le diste el "sí" quiero.

Tantas y tantas veces que no te das cuenta que vas a percibirlo una vez más. Permaneces sentada en la sala. Acompañada por numerosas personas que, igual que tú, aguardan el momento de captar el suyo propio. Cada nuevo nombre viene acompañado de un sonido que nos hace captar la atención. Miras rápidamente, lees una combinación de letras desconocidas y dejas de mirar, no eres tú. Ni siquiera recuerdas el nombre que acabas de leer, pero sabes que no te correspondes. Esperas el instante recordando todas las veces, importantes, banales, en las que has oído tu nombre, el que te caracteriza, el que te hace diferente. Cuando suena nuevamente la pantalla y ves resaltado esas palabras que sí conoces, que llevas tatuada, que te pertenecen. Y, sin darte cuenta, en décimas de segundos miras a tu alrededor. Esperas una música, fuegos artificiales, gente que aplauda, que te mire, que te señale. Pero nada cambia en la estancia, es sólo un sonido más para el resto que, ya han dejado de mirar a la pantalla, que ya han olvidado tu nombre.

Te levantas y te diriges a la mesa que te han señalado. Una vez más, comprueban la veracidad de tu identidad pronunciando tu nombre. Sí, otra vez soy yo. Diferente, única. Aunque para ellos eres sólo otro número más en la empresa más grande del mundo. Sí, también tienen tu nombre en las instalaciones del INEM. ¿Hasta cuándo? Interesante incógnita. Quizás pronto alguien me nombre para contármelo.

Todo sea por ti, pequeño sin nombre. Nunca estarás mejor que ahora.