domingo, 28 de noviembre de 2010

Carta a mi amor platónico


Un día apareciste en mi vida, de la nada. Me llamaste desde una esquina, a lo lejos, y yo me acerqué para conocerte. Me contaste mil historias, al oído, y yo te escuché muy atenta, casi sin parpadear, por miedo a interrumpirte, por temor a romper la magia. Quisiste que fuésemos amigos y, desde entonces, me embrujaste, me encandilaste, me enamoraste. Fuiste el guía de mis pasos. Ya nada fue lo mismo para mí. Tenía un objetivo, alcanzarte.

Aún era demasiado pequeña para rozar tu altura y me dediqué a crecer siguiendo tu estela. Maduré manteniéndote en mis pensamientos, me formé leyendo tus preferencias y, cuando tuve la primera oportunidad, declaré en voz alta, sin miedo, que lucharía por ti, costara lo que costara, a cualquier precio. Entonces, intenté adaptarme al molde que me pedías, superar las pruebas que me ofrecías; prácticamente, besar el suelo por el que pisabas. Ser digna de ti. Y derramé lágrimas, sudor y sangre por demostrarte mi valía, me afané, nunca di nada por perdido. Y te alcancé, te conseguí.

Aún recuerdo nuestra primera cita, repleta de nervios, muchos nervios; y dudas, muchas dudas. Aquel mundo con el que había soñado tantas veces, tu mundo, se abría de par en par para mí. Y entraba de puntillas, casi rozando el suelo, por miedo a errar en el primer paso, por temor a equivocarme, con la única idea de ganarte poco a poco, sin prisas, a fuego lento.

Desde entonces, y aunque nuestra relación se fue afianzando, no pudimos evitar algunas crisis, esporádicas, momentos de debilidad, de escepticismo, de desconfianza. Hubo tardes de glorias y noches de cuchillos largos. Tejimos ocho años de convivencia, de unión, de una intensa relación en la que creímos ambos. Apostamos fuerte, perdimos y ganamos, crecimos el uno con el otro. Vivimos los avances y las pérdidas, aprendimos juntos.

Todo acabó el 22 de septiembre de 2009. No fue una decisión precipitada. La maduré con paciencia. Mandó la razón y, por qué no, también las vísceras. Puse punto a una relación que ya estaba deteriorada, que comenzaba a resquebrajarse, a pudrirse. Quizás, no fuiste lo que esperaba, todo aquello con lo que soñé. Tal vez te idealicé, te magnifiqué, te inventé y retoqué a mi antojo. Te di mucho más de lo que me ofreciste. Me fallaste. Pero te dije adiós y te vi sonreir. Me susurraste algo al oído, como aquella tarde. Me observaste con orgullo, con actitud paternal y te resististe a soltarme la mano, a dejarme marchar. "Volverás", leía en tu rostro, "me perteneces, te pertenezco".

Jamás podré olvidarte, aunque ya no te echo de menos. Sé que te tengo muy cerca, más de lo que pensaba. He vuelto a citarme contigo en este blog, porque es así como yo te siento, y sé que algún día volveremos a unir nuestras manos, en otro contexto, en un escenario distinto, con otros personajes a nuestro alrededor. Volveré a encontrarme contigo, con el auténtico, con el que siempre imaginé, con el que soñé. Sin adulteraciones, sin enigmas, sin malintenciones. Pero ya nunca será una relación de amor, de plena entrega. Seremos amigos y nos veremos por casualidad, con citas intermitentes, por el puro placer de mantener la amistad.

Porque sé que nos pertenecemos, que estamos condenados a enlazar nuestros caminos, a observarnos a espiarnos. Entonces, te estrecharé la mano, nos daremos unos minutos, tal vez horas, para cruzar nuestras impresiones y ponernos al día. Y, entonces, seguiremos nuestros pasos por calles distintas, por mundos diferentes, sabiendo que habrá otros pequeños encuentros en nuestras vidas. Aunque sin ser nunca lo mismo. Desde la distancia.

Porque siempre seremos un punto y aparte, amigo Periodismo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Mi torre de Babel


Luke, Joel, Johannes, Nick, Aram, Jil y Celina han sido la causa de mi ausencia por estos lares en las últimas fechas. Luke, Joel, Johannes, Nick, Aram, Jil y Celina han sido mi henchido entusiasmo en las últimas dos semanas. Mi ocupación, mi reflexión, mi realización personal, mi camino a seguir. Mi descubrimiento de un mundo nuevo que me llena de satisfacción, de una vocación que se encontraba recóndita en mi interior.

El maravilloso mundo del ELE (Español como Lengua Extranjera) se abrió paso en mi vida casi por casualidad, de puntillas, con sigilo. Fue mi plan b después de aquel varapalo que me supuso conocer que no tuve premio en las oposiciones. Sigue buscando... Y busqué, pensé, me devané los sesos durantes algunos días, que parecieron años, hasta que abrí la web de la Academia Clic y retomé una idea que me rondaba por la mente desde que ejercía el mundo canalla del periodismo. Casi por casualidad, me dejé llevar hasta el corazón de Sevilla, donde tienen su sede. Casi por casualidad, me vi preguntando en recepción y con un folleto en las manos y, por capricho del azar, me encontré realizando la entrevista personal con quien, meses más tarde, sería mi profesora y compañera.

Agosto fue un mes de reflexión, dedicado a deshojar la margarita. Haré el curso, no haré el curso... Pausé las gestiones necesarias para matricularme, maduré mi idea y, finalmente, cuando el mes comienza a perder su nombre, tomé la decisión. Una gran decisión. Y así llegó el enriquecedor mes de septiembre, con una nueva tarea, un nuevo horario, nuevas personas en mi vida, nuevos profesores, una materia por conocer, unas técnicas didácticas, mucha información, almuerzos compartidos, anécdotas por doquier, clases prácticas... y de ahí, al escenario.

En octubre se levantó el telón y pude disfrutar de mi primera sesión. Una llamada de teléfono, un curso de principiantes, dos chicos ingleses, una chica holandesa, otra iraquí. El Aula 1 como manual, unas instrucciones rápidas de las jefas de estudio, algunos nervios, expectación, muchas escaleras que subir... Y así fue como me vi delante de una clase, con una pizarra, un material preparado, tres horas por delante y mucho, muchísimo que ofrecer. La experiencia sólo duró una semana. Mi primera semana como profesora de español como lengua extranjera. Mi gran estreno. Mi primer paso.

Hace dos semanas, recibí una idéntica llamada de teléfono. De nuevo, principiantes, más jóvenes, totalmente nuevos en la materia. Los ecos de la cultura inglesa, australiana, alemana, coreana y suiza decoraban el aula cuando giré el picaporte para acceder a la B8. Siete pares de ojos brillantes como focos recién encendidos me contemplaron expectantes durante nuestros dos primeros días como profesora y alumnos. Un idioma totalmente nuevo para ellos fluía de mis cuerdas vocales. Ellos apenas escuchaban sonidos donde yo emitía explicaciones. Apenas existían respuestas a mis preguntas, era difícil esperar una asentimiento con un leve movimiento de cuello o una sonrisa o un leve "sí" cuando comprendían cualquier instrucción, cualquier comentario.

Pero han pasado dos semanas y mis "niños", como ya me gusta llamarles, me hablan de bares de Sevilla y me preguntan dónde pueden ver "el clásico" el próximo lunes. Joel quiso saber el último día si me gusta Amaral y Pereza y, ante un fallo en el sistema informático, Luke comentó que quizás se debiera a las clavijas. No pude evitar sonreir al leer la redacción que Johannes ha realizado en el examen. Me describe su país, usando correctamente el verbo ser, estar y haber (que era el objetivo) y me recuerda que Vettel es alemán y le ha ganado el mundial a Fernando Alonso, un comentario que se había convertido en una broma de clase. Cantamos "Limón y Sal" de Julieta Venegas y me dicen que están "así, así" cuando les pregunto "¿cómo se encuentran?".

Nos despedimos con un hasta siempre el pasado viernes (ayer para quien escribe). Era mi último día y tocaba decirles que, después de dos semanas, cambian de profesora. "Nosotros te preferimos a ti", me espetaba Joel con la conjugación del verbo en la mano. "Cuando vuelvas la siguiente semana, pide este grupo", me solicitaba Jil, de forma repetida. Los siete pares de ojos ya no miraban inertes, sino acompañados por sonidos de desaprobación y tristeza. Casi se me hiela el alma.

La respuesta de mis niños me hizo retormar el camino de vuelta a casa flotando entre las nubes. Satisfecha, muy satisfecha. Realizada, muy realizada. Con recompensa, con una gran recompensa. Encaraba la Avenida de la Constitución con una sonrisa en mis labios cuando recibí, casi por casualidad, una nueva llamada de teléfono: "Cambio de planes, trabajas la próxima semana". Y así fue como regresé a la academia, aunque me gusta llamarla escuela. Y así fue como recibí mis nuevos instrucciones. Y así es como disfrutaré de una nueva semana.

Ellos aún no lo saben, pero volveré al aula B5 el próximo lunes. Les saludaré con un "Buenos días, ¿qué tal estáis hoy?" Y espero que me responda con un "así, así", entonces sonreiré y comenzará la clase. Bendita la lengua de Cervantes.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La escritura amiga




Me ha venido a la memoria unas palabras muy sabias que me regalaron cuando aún era demasiado pequeña para comprender casi nada de lo que me rodeaba. Aún llevaba el pelo encrespado y lucía postillas en las rodillas, no me miraba al espejo y soñaba con aquellos sueños que desaparecen cuando franqueas la barrera de la madurez. Lloraba con lágrimas calientes por alguna puñalada de esas que a veces te disparan las manos más amigas, cuando un familiar cercano me tendió la sentencia: "No llores por los que hoy son tus amigos, quizás mañana no lo serán. Recuerda que los amigos te los vas encontrando por la vida. Tal vez, tus verdaderos amigos aún no han llegado".

Hoy recuerdo con perspectiva aquellas palabras, como si me las hubieran grabado con letras de oro en la memoria. Afortunadamente, muchos de aquellos amigos siguen manteniendo los lazos de amistad. Por muy lejana que sea la distancia (espacial o temporal), las cuerdas continúan firmes y sabes que puedes contar con ellos con tan sólo silbar, siempre que sea necesario. Y no puedo reprimir una sonrisa al saber que mis tesoros, aunque distantes, están muy presentes a mi alrededor. Siempre hay una llamada, un café que compartir, una alegría que disfrutar y muchos recuerdos que rememorar.

En cambio, he asistido con dolor -al principio- y desdén -con el paso del tiempo- al adiós de quienes un día fueron como uña y carne. Personas que hoy te ven desde la distancia, por mucho cariño que le guardes; que reniegan de aquel vínculo que os unió y te apartan de su vida de un manotazo. Saludos fríos que, al principio escuecen, pero que comienzan a resbalar por tu propio chubasquero cuando comienzan a acostumbrarte a ellos. Nada merece la pena cuando la otra mitad no te corresponde. El algo se convierte en la nada.

Y es cierto que la vida me ha reportado nuevas amistades. El colegio, la Universidad, las prácticas laborales, el trabajo, las academias, la vecindad... Personas que me han entregado mucho más de lo que piensan y que, para mi sorpresa, se declaran lectoras de este humilde blog que trazo con todo el amor y la dedicación del mundo. Escribo porque me relaja, porque me apasiona, porque es lo que más adoro en el mundo. Escribo desde siempre y, en los últimos meses, para aquellos que atravesáis la red y os adentráis en mi mundo. Escribo porque me ayuda y porque me gustaría saber que os ayuda también a vosotros. Escribo para desahogarme y para embriagarme. Escribo para mí y para vosotros. Escribo porque, de lo contrario, esa persona ya no sería yo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Soñando con la realidad


Suelo soñar a menudo. Cada noche. Y, además, tengo la virtud o la desgracia de recordar casi con detalle todo aquello que navega por mi imaginación mientras duermo. Historias inverosímiles, poco creíbles, temibles, a veces, demasiado agradables... Personas que conozco o desconozco, rostros que una vez tuvieron cabida en mi pupila, otros, que se encuentran perennes en mi percepción diaria.

Sin embargo, cada mañana, al despertar, me veo obligada a tomar unos segundos para poder situarme en mi vida, contextualizarme, recordar quién soy. Como si la noche me hubiese mantenido a años-luz de mi propia existencia. Debo recordar dónde me encuentro, por qué, quién permanece cerca, desde cuándo... y todos aquellos detalles que me devuelven la luz a un nuevo día. No obstante, la gota más amarga aparece en mi garganta cuándo tengo que recordar cuál es la misión de ese nuevo día, cuál es mi cometido, dónde estoy, hacia dónde me dirijo. Y tengo que tragar con fuerza para poder digerirla cuanto antes sin apenas notar su sabor.

Hay días que me contento con la simple idea de trazar un pensamiento en este blog, otros, en los que la realidad me viene demasiado grande para poder calzármela, para moldearla, para dominarla. Hay mañanas que amanecen con los ingredientes necesarios para una motivación sin extremos, con todo el ansia posible por cambiar el mundo, partiendo siempre por uno mismo. Otras, en cambio, se tornan pesadilla y clavan la luz del día como pudieran hacerlo un puñado de alfileres y cristales.

Días en los que me hablo en voz alta, sin complejos a explicarle al mundo quién soy y adónde me dirijo. Otros, en los que preferiría ser invisible y pasear a lo largo y ancho sin que nadie pudiese verme, sin que nadie pudiese pararme, observarme y cuestionarme. Cada vez me cuesta más explicar mi vida. No hay día que alguien me interrogue, me pida explicaciones, espere los detalles. Y yo relato mi perorata, ya casi memorizada a base de la repetición, endulzada, manipulada a mi antojo, como si tuviera que esperar el consentimiento de todo aquel que escucha. No es fácil hablar de tu vida cuándo ni siquiera tiene sentido para ti. Y termino mi discurso y el que escucha asiente o permanece impasible o cambia de tema o quiere conocer más de lo que yo misma desconozco. Y siento como se clavan los alfileres, como vuelvo a la realidad.

-"¿Y mañana qué?".

Mañana será otro día, después de disfrutar o padecer un sueño, de recordar con nitidez o levemente los detalles. Mañana volveré a despertar, continuaré encontrándome y podrá ser una buena o mala jornada. Pero no quieres saber más de lo que nadie sabe, no esperes que te cuente lo que ni siquiera yo sé. No preguntes por una vida ajena que incluso a mí me cuesta dislucir si es la mía.